Oliver Twist sigue muy vivo
La explotación infantil en las fábricas victorianas (y ahora)
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
En una escena imborrable, el infeliz de Oliver, tan hambriento como sus compañeros del hospicio (el ‘workhouse’, el asilo para pobres en la Inglaterra victoriana), se levanta de la mesa y se dirige al director del centro con la escudilla vacía: «Por favor, señor, quiero un poco más». Otro cucharón de gachas que sabían a engrudo. En efecto, el gran Charles Dickens explicó como nadie la explotación infantil durante la revolución industrial, en novelas como ‘Oliver Twist’, ‘Tiempos difíciles’ y ‘Casa desolada’. Un retrato literario tan brillante que tal vez haya conseguido con el tiempo desleír la realidad convirtiéndola en una fantasmagoría, en un lugar común que ya no estremece. Sin embargo, un estudio arroja ahora luz sobre aquellas aberraciones (lo ha publicado la revista científica ‘Plos One’ y lo recogen periódicos como ‘The Guardian’ y ‘El País).
Resulta que en una excavación reciente en el cementerio rural de Fewston (Yorkshire), en el centro de Inglaterra, afloraron 154 esqueletos, buena parte pertenecientes a chicos de entre los 8 y los 20 años, una edad no tan frecuente en las necrópolis, un indicio anómalo. Estudios bioarqueológicos sofisticados han comparado los huesos y las dentaduras hallados con los de otras tumbas coetáneas y han confirmado verdades sobrecogedoras en los cuerpos de esos niños obreros: maltrato, desnutrición, una dieta pobre en proteína animal, un severo atraso en el crecimiento.
LA 'FIEBRE DE LOS LUNES'
Los niños también padecían la enfermedad respiratoria típica de los telares que funcionaban a todo vapor en torno a Manchester. Lo cuenta de maravilla la novelista Elizabeth Gaskell, no tan conocida como Dickens, en obras como ‘Norte y sur’: la pelusilla, el polvo que soltaban las fibras de algodón en las salas de cardado, se inhalaba con la respiración y acababa arruinando los pulmones. Tos, sangre, ahogo. Lo llamaban bisinosis o la ‘fiebre de los lunes’, porque los síntomas volvían a arremeter con fuerza tras el descanso dominical. Ah, la voracidad de la revolución industrial, la expansión del imperio británico sobre huesos tronchados. En las fábricas textiles catalanas debía de ocurrir tres cuartos de lo mismo.
Son tiempos peculiares estos. Nos preocupa si las lechugas son ecológicas o si las gallinas viven encerradas en jaulas, pero rara vez se habla de los 160 millones de niños forzados a trabajar, 73 millones en industrias peligrosas. La velocidad, la rueda del hámster, impide preguntarse quién ha cosido esas deportivas tan molonas que patean el asfalto del mundo.
Suscríbete para seguir leyendo
- Sumergir los pies en vinagre, la nueva tendencia que arrasa: estos son sus beneficios
- Rosalía disfruta de una cena familiar en un famoso restaurante del Born
- Illa replica a Aragonès y Puigdemont: "El uso del catalán ha retrocedido en una década de gobiernos de Junts y ERC
- Un final bochornoso en el Bernabéu
- El gran secreto para acabar con los pececillos de plata
- Olvídate de freír el huevo en la sartén: esta es la fórmula para hacer los mejores huevos fritos
- Álex ya está en casa: "Las Fuerzas Armadas nunca dejan a nadie atrás
- Este es el pueblo de Catalunya que participará en Grand Prix este verano