Educación

Algunos porqués del crecimiento del antifeminismo entre los adolescentes

La etapa adolescente se define, entre otras muchas cosas, por la necesidad de construirse en oposición a la generación materna/paterna. Y hoy por hoy, la política institucional es supuestamente feminista

Un grupo de adolescentes.

Un grupo de adolescentes. / PIXABAY

Gemma Altell

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En los últimos meses EL PERIÓDICO ha publicado algunas noticias que señalaban el repunte del machismo y las violencias machistas entre la población más joven. La última novedad al respecto es la encuesta que ha llevado a cabo el Centro Reina Sofía; los resultados constatan el crecimiento del antifeminismo entre jóvenes varones, así como una mayor proporción de negacionismo respecto a la violencia machista. El análisis de estas informaciones no es obvio y requiere de un análisis que debe tener en cuenta varios factores. Me propongo aquí nombrar algunos de los que –en mi opinión– son relevantes si queremos trabajar para invertir esta tendencia.

Es importante conectar fenómenos que, desde una perspectiva superficial, podemos pensar que no van de la mano. En este sentido, la creciente ola ultraconservadora en gran parte del planeta, orquestada y promovida por sectores y lobis fundamentalistas socialmente privilegiados, está consiguiendo calar a través de distintos canales y temáticas. Así, por ejemplo, podemos ver cómo la deriva antiabortista tiene también su traslación al movimiento antifeminista y la creciente comunidad en Instagram de mujeres que muestran de forma glamurizada la supuesta elección de vivir por y para el marido y la prole exclusivamente.

Estos movimientos, entre otros, promueven una vuelta a valores ultraconservadores presentándose como la 'esperanza' populista ante una sociedad supuestamente en desorden y caos. Estos nuevos/viejos modelos han conseguido conectar con un sector de jóvenes que, aunque han nacido en una sociedad privilegiada, no sienten que los discursos políticos y/o institucionales les ofrezcan soluciones o propuestas para afrontar sus inquietudes y dificultades.

Al 'otro lado'

En segundo lugar y en relación con el punto anterior, la etapa adolescente se define, entre otras muchas cosas, por la necesidad de construirse en oposición a la generación materna/paterna. Estas generaciones de madres y padres (entre las que me incluido) que hemos intentado promover valores de izquierda como la libertad, la solidaridad o el relativismo del bien y el mal, han provocado que la mirada crítica hacia la política y lo institucional se sitúe al 'otro lado'. Es la manera de sentirse transgresor/a.

Hoy por hoy, la política institucional es supuestamente feminista. El discurso institucional es liderado por un sector de personas de mediana edad. Aunque nos pese. La sociedad sigue requiriendo transformación feminista, pero los adolescentes pueden verlo, en muchos casos, como algo de personas mayores que defienden valores que no están en sus códigos. Algunas opresiones ya no las sienten, o no de la forma en que las transmitimos. Desgraciadamente la ultraderecha ha identificado esta situación y se presenta –con toda su demagogia– como la alternativa 'moderna' popular, sencilla y directa. Huyen de análisis complejos pero necesarios que son difíciles de defender en la era de las redes sociales. Esto les permite seguir siendo adolescentes que se enfrentan a las generaciones anteriores.

Esta cuestión nos lleva al tercer punto que es, a su vez, un reto. La institucionalización y la 'corrección política' en la forma en que abordamos los feminismos o las políticas feministas aquellas/os que tenemos el privilegio de tener una voz (mayoritariamente personas adultas) quizás alejan a un sector importante de jóvenes provocando la reacción contraria de la que pretendemos.

Aquello que no se puede nombrar, aquello que no se puede sentir, de aquello que no se puede dudar se acaba convirtiendo en un tabú que puede emerger en forma de radicalidad que permite reafirmarse. Si el relato y las políticas feministas que deberían posibilitar dudar de todo, liberarnos a todas –y también a todos–, que deberían ser un movimiento emancipador son leídos como un corsé del que algunos jóvenes quieren huir es que algo nos debemos plantear.

En todo caso feminismo en sí mismo no es un problema, lo es es cómo patriarcalizamos sus prácticas. Si nos quedamos solo con la idea –a mi parecer un poco simple– de que una parte significativa de los adolescentes no compran el feminismo como motor de liberación social no es solo porque estén perdiendo privilegios los varones individualmente. Los derechos de las mujeres son indisociables de los derechos sociales y de la transformación para llegar a un planeta vivible en todos los sentidos. Este es el reto de los feminismos. Este es el reto para las nuevas generaciones.

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