La Tribuna

Ninguna complicidad

Si bien hay directivas de clubs que han hecho grandes esfuerzos para controlar a los seguidores ultras, sigue habiendo una enorme condescendencia con la violencia cuando la ejercen "los nuestros"

El Barça consigue el título de Liga en el campo del Espanyol

El Barça consigue el título de Liga en el campo del Espanyol / JORDI COTRINA

Pilar Rahola

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Tras el violento espectáculo que se vivió en el campo del Espanyol, a raíz de la victoria del Barça, la única reacción decente era la del rechazo sin paliativos, ni excusas. Y, afortunadamente, se ha producido. Por un lado, la dirección del club ha hecho un comunicado rotundo con el que corta de cuajo cualquier tentativa de complicidad. "Como pericos, nos duele la derrota, pero nunca aceptaremos la violencia, por más residual que sea", y se han puesto a disposición de los Mossos para esclarecer los hechos. Y por otro lado, el PP ha reaccionado con celeridad ante la evidencia de que uno de los ultras desaforados que realizaron actos violentos en el estadio era su candidato Yago Darnell, noveno en la candidatura del partido de Sant Joan Despí. Con el agravante de que, según los vídeos del altercado, habría sido este personaje el que rompió una cámara de televisión. También parece, según el propio currículum, que es entrenador de fútbol "etapa cadete", lo que hace estremecer. ¡Un personaje violento entrenando niños, la peor combinación! Sea como fuere, tanto el Espanyol como el PP han hecho los deberes y no han permitido ambigüedad.

Sin embargo, y más allá del correcto comportamiento de las directivas respectivas, no ha sido tan digna la actitud de algunos pericos ilustres que se han arrastrado por tertulias y redes asegurando que la violencia había sido una reacción "a la provocación" del Barça. Por ejemplo, el expresidente Joan Collet, en 'can Basté', más excitado de lo que acostumbra, o múltiples seguidores pericos que han llenado las redes de todo tipo de ataques al Barça por ser los "culpables" de la reacción violenta de los ultras. Todos estos comentarios han tenido siempre una doble característica: la primera, una sobrecarga patética de victimismo, muy propio del complejo de inferioridad que el Espanyol arrastra históricamente frente al Barça; la segunda, un intento de "disculpa" de la reacción violenta por la vía de cargar contra el club que ha sido la víctima de la agresión. Y con la disculpa, desviando la mirada, la consecuencia inevitable: la complicidad con la violencia que este tipo de relatos representa. No cabe duda, en este sentido, de que la dirección del Espanyol ha estado a la altura, tanto como no lo han estado algunos de sus seguidores más prominentes, que se han comportado como simples 'hooligans'.

La ofensa

Encima, la pretendida ofensa es difícilmente identificable, porque la sardana inofensiva que hizo el Barça, a raíz de la victoria, fue tan pulcra que no llegaba ni a intento de celebración. Por otra parte, ¿qué hay de extraño en mostrar algo de alegría después de la victoria, como hacen todos los clubs? Pero aun así, gente razonable y correcta ha tenido una reacción reptiliana a la hora de criticar la 'ultrada' violenta, disparando contra la víctima. Este es, seguramente, el tema de fondo: la "normalización" de la violencia cuando se practica desde el propio bando. Emilio Pérez de Rozas se preguntaba en su artículo quién tiene la culpa de la "normalización" de la violencia en el deporte, que hace que "las aficiones no se puedan mezclar en el mismo estadio" o que haya equipos como el Madrid que permitan que dos de sus jugadores, Valverde y Yabusele, que le han partido la cara a sus respectivos rivales, sigan jugando y vistiendo su camiseta". Si bien hay directivas de clubs que han hecho grandes esfuerzos para controlar a los seguidores ultras -el más emblemático, Joan Laporta, que se situó en la diana de los Boixos Nois por su lucha contra la violencia-, sigue habiendo una enorme condescendencia con la violencia cuando la ejercen "los nuestros", y toda ambigüedad o disculpa es maná para los violentos.

Ni la tibieza, ni nada que atempere la gravedad de la violencia, deben tener cabida en el deporte, y menos en el fútbol, que es el deporte más inflamable. Porque si no se corta de raíz, un día tendremos alguna tragedia, y entonces llenaremos las redes de expresiones de indignación y sorpresa. Los huevos de la serpiente se incuban con tiempo, y no se alimentan de los violentos, sino del silencio, de la ambigüedad, de la disculpa de los no violentos, la buena gente que se calla, cuando debería alzar la voz. Como la dirección del Espanyol, que ha reaccionado con responsabilidad y categoría. Este es el único camino. El otro nos lleva al desastre.