Ágora

La Nakba, las llaves de Palestina que nunca se oxidan

A pesar de los 75 años que han pasado, los palestinos y palestinas (seis millones de refugiados y otros tantos sometidos a la ocupación militar), una generación tras otra continúan puliendo las llaves de las casas de las que huyeron

Ilustración de la nieta de Salah Jamal

Ilustración de la nieta de Salah Jamal / Aran

Salah Jamal

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A menudo veía a mi padre sacando una gigantesca llave de un baúl de madera, la abrillantaba con unas gotas de aceite y la devolvía de nuevo en su sitio mientras murmuraba insultos vehementes contra Gran Bretaña y los sionistas. Mi madre desde la minúscula cocina le remataba: no te olvides también de los reyes y presidentes árabes. 

Es evidente que las victorias y las derrotas bélicas son asuntos de varones: explayados ante una victoria y mudos y avergonzados en la derrota. Mi padre era de los segundos. Jamás me explicó la historia de aquella llave mimada. En cambio mi madre me lo aclaró: “Era la de nuestra casa de Bisan, en Palestina, cerramos la puerta y huimos a raíz de las masacres de Tantura, Deir Yasin y otras, perpetradas por los sionistas. Tu tozudo padre, como miles de palestinos, desde entonces la guarda con esmero para el ansiado retorno a sabiendas de que la casa o está arrasada o un colonialista judío polaco o ruso se había apoderado de ella”. 

La llave simboliza la Nakba (la Catástrofe palestina, de mayo de 1948) en la cual los colonialistas judíos europeos apoyados por las potencias occidentales aplastaron la rudimentaria y heroica resistencia de la población palestina y árabe que se rebeló contra el injusto plan de la ONU (tutelada por las potencias) de 1947 para dividir Palestina en dos partes (56% del territorio para 300.000 judíos recién llegados y 44% para el millón de los autóctonos palestinos). Los judíos, unilateralmente, declararon la fundación del Estado de Israel, que fue inmediatamente reconocido por las grandes potencias, sobre todo, las europeas, que fueron las auténticas beneficiadas. Así, consiguieron un doble y perverso objetivo; deshacerse de los judíos de Europa y crear un Estado en Oriente Próximo que sirviera como portaviones terrestre para salvaguardar sus intereses, tal como reconoció el primer ministro Israelí Isaac Rabin. Así pues, la inmensa mayoría del pueblo palestino se convirtió de la noche a la mañana en refugiados. 

La ONU, manipulada e inoperante, emitió más de cincuenta resoluciones desde 1948, todas ellas a favor del retorno de los refugiados palestinos a sus hogares y compensarlos. Israel siempre se ha negado a implementarlas. La ONU, en lugar de obligar a Israel a acatar esas resoluciones acordes con el derecho internacional para poner fin al expansionismo sionista en Palestina, transformó maliciosamente un problema político -un pueblo expulsado de su tierra por la fuerza- en un problema humanitario, “un pueblo que busca refugio y comida”.

Las potencias y Hollywood defendieron y propagaron los embaucadores relatos sionistas: tildaron a Palestina, poblada y nítidamente agrícola, de “territorio yermo y vacío” que ellos lo convirtieron en vergel. Llamaron “independencia” a su invasión de Palestina. Presentaron a Israel como un Estado “socialista y laico” a pesar de su místico y anacrónico eslogan fundacional “volver a la tierra prometida por Dios”; llamaron “democracia judía” a la limpieza étnica cometida contra los no judíos; y para no ir tan lejos, Israel, potencia ocupante y nuclear, llama “derecho a defenderse” a sus fechorías en las fronteras y en los otros territorios palestinos ocupados en 1967. 

A pesar de los 75 años que han pasado, del abismal desequilibrio de fuerzas, y del silencio y complicidad de la comunidad internacional, los palestinos y palestinas (seis millones de refugiados y otros tantos sometidos a la ocupación militar), generación tras otra continúan puliendo las llaves, incluso dibujándolas, como hizo mi nieta de 6 años regalándome un dibujo de llave estampada con la palabra, Nakba.