Limón & Vinagre

Carme Elias, un testimonio indispensable

En su autobiografía todos los tiempos del verbo se entremezclan porque la finalidad de sus páginas no es tanto dejar constancia de lo que fue sino de la compleja nueva amistad con la que convive

Carme Elías

Carme Elías / KIKE RINCÓN / EUROPA PRESS

Josep Cuní

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La memoria es un gran cementerio. Esta fue la conclusión de Manuel Ibáñez Escofet, cuya referencia periodística en la segunda mitad del siglo XX ayudó a la sociedad catalana a no perder la esperanza. Él, como muchos de sus colegas de la época, brilló también por la capacidad de conectar referencias con experiencias, vincular recuerdos con historia, conjugar pasado para proyectar futuro y destilar su resultado para dejar escritas páginas imprescindibles para entender hoy una parte del contexto de ayer. Aplicó ya en su tiempo lo que el filósofo Manuel Cruz ha definido recientemente: conocer es establecer relaciones. Y asoció sus memorias con el camposanto.

Antes de evanescerse, incluso antes de abandonarnos lentamente por imperativo biológico, la memoria puede comportarse como un falso amigo. Aquel que falla cuando le necesitas y desaparece cuando le buscas. El que descubres que te ha olvidado cuando reclamas su ayuda y no acude al punto de encuentro antes concertado. Es entonces cuando esta sensación de inicial desamparo inicia su camino hacia un progresivo vacío que desdibujará los recuerdos alejándolos en el tiempo y acabará confundiéndolos primero para acallarlos después. 

'Cuando ya no sea yo' ha querido titular su autobiografía Carme Elias i Boada (Barcelona, 14 de enero de 1951). En ella todos los tiempos del verbo se entremezclan porque la finalidad de sus páginas no es tanto dejar constancia de lo que fue sino de la compleja nueva amistad con la que convive. Por eso simultanea las vivencias de la muchacha recatada que quería ser actriz y debutó con un desnudo con el inalterable apoyo familiar a pesar de pretender algo mejor para ella. Su paso por el Institut del Teatre, las horas de ensayo y representación, de cine y tomas repetidas, de aplausos e incomprensiones, premios y silencios, se alternan con las percepciones de la etapa actual y una involuntaria experiencia personal a sabiendas de que la compañía con la que comparte existencia no era la deseada. Es consciente de que su final con Al, a quien nos presenta descarnadamente, será dramático. No tiene remedio, está sentenciado. Carme respira al compás del alzhéimer.

Esto no impide que en sus páginas, la siempre elegante Elias mantenga el sentido del humor propio de la mujer inteligente que es. Aquella que, lejos de actuar, moldea a su aire una situación irreversible. Momentos distendidos, incluso divertidos, esconden muchas lágrimas derramadas. Sinceridad que no arrincona la preocupación sino que la incorpora a un desfile de emociones que provocan empatía, solidaridad y admiración. Transparencia de quien va asimilando con dolor y resignación que ya nada tiene vuelta atrás. Que Al, el compañero con el que compartirá inexorablemente lo que le queda de vida, es un maltratador incansable. Sutil pero impasible, le provocará un progresivo silencio a fuerza de palabras olvidadas que irán cerrando su boca, una mirada hueca que desdibujará su semblante, un desacomplejado comportamiento antes de una pasividad acompasada con melodías musitadas y frases inconexas para quien las escuche.

Una de ellas podría ser de Jean Paul Sartre al que Carme Elias admiraba y leía con devoción: “Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es”. Así aplica hoy el existencialismo la adolescente que lo abrazó. 

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