Convocatoria fallida

'Culo di ferro'

Solo desde la perspectiva de defensa de los intereses de partido y personal, por encima de los intereses ciudadanos, puede entenderse que Laura Vilagrà no haya dimitido por el fiasco de las oposiciones

La 'consellera' de Presidència, Laura Vilagrà, en su comparecencia en el Parlament para explicar los presupuestos de 2023

La 'consellera' de Presidència, Laura Vilagrà, en su comparecencia en el Parlament para explicar los presupuestos de 2023 / Sílvia Jardí / ACN

Pilar Rahola

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Enrico Berlinguer, el popular líder del Partido Comunista Italiano, bajo el que el PCI alcanzó sus máximos históricos, era conocido con el apodo de 'culo di ferro' porque agotaba las negociaciones hasta el límite y no se levantaba de la silla hasta conseguir el acuerdo, convencido de que esta era la principal virtud de un político: la capacidad de negociar. Gracias a esa resiliencia indómita, logró un compromiso mítico con los demócratas. La ética de la responsabilidad, por tanto, pasaba por encima de la ética de las convicciones y, con este principio de Weber como cabecera, Berlinguer hizo historia.

Se podría decir que actualmente también hay muchos 'culo di ferro' entre nuestros dirigentes, pero, desgraciadamente el término no se refiere a la virtud sobrehumana de negociar hasta la extenuación, sino al pecado infrahumano de quedarse enganchado a la silla del poder y no salir ni con fórceps. Ni ética de la responsabilidad ni ética de la convicción, sino simples ambición, vanidad y soberbia.

El último ejemplo de esta fusión entre el culo de un cargo público y su honorable silla la ha protagonizado la señora Laura Vilagrà, 'consellera' de la Presidència y responsable política del enorme fiasco de las oposiciones que ha afectado a más de 13.000 opositores. Se trata de un escándalo monumental que afecta directamente al sentido mismo del poder, porque, si un Gobierno es incapaz de organizar unas oposiciones a funcionarios públicos, no debe ser capaz de gestionar ni la logística de una escalera de vecinos.

Además, la fórmula está sobradamente inventada, no en vano cada año se organiza la selectividad, que moviliza a miles de estudiantes. Y se hace con voluntariado y pagas extras, que ni cuestan un millón de euros ni necesitan una empresa foránea que las gestione. Ya no se trata solo de un Gobierno que parece no tener proyecto, ni alianzas. Se trata de un Gobierno que no gobierna, y cuando tiene una responsabilidad complicada, busca afuera quien le haga el trabajo que no se atreve. Y de aquí, a la catástrofe...

Cabeza de turco

Pero la cosa empeora cuando la reacción del responsable, en este caso la 'consellera' Vilagrà, no es la propia de un cargo público, sino de un comisario político: no se asume las responsabilidades pertinentes, se pone el ventilador contra la empresa y se busca la primera cabeza de turco que encuentran, para hacerle pagar los platos rotos. Por cierto, en este caso, el chivo expiatorio ha sido de traca: cortar el cuello a una directora general que llevaba cuatro meses allá y que no tenía ninguna responsabilidad en la externalización de la convocatoria de las oposiciones. Ridículo, si no fuera impresentable.

Y las declaraciones de la propia 'consellera', asegurando que "no es de las que se marchan cuando hay problemas", también es un monumento. ¿Qué no ha entendido esta buena señora, de lo que significa el servicio público? No se trata de vender una especie de patética heroicidad quedándose en el cargo, sino de demostrar que se asume la responsabilidad justamente abandonándolo. Aparte del comportamiento deplorable del Govern, también es remarcable la actitud de la mayoría de la oposición, que no pide la dimisión de la 'consellera', quizá porque el verbo dimitir tampoco forma parte de su conjugación habitual.

Sea como fuere, unos por otros, lo que queda es un Govern que ha demostrado una ineptitud flagrante en un tema que afecta a la misma esencia de lo que significa gobernar. Es su responsabilidad primigenia -por mucho que pueda haber otras colaterales- el haber dañado en serio los derechos de miles de personas que han sacrificado horas, estudios e ilusiones para hacer unas oposiciones que les tenía que garantizar un trabajo, y ahora se han quedado a la intemperie. Si por una chapuza tan grave como esta, un responsable público no dimite, ¿en qué momento lo hará? Sin duda, nunca, porque para muchos políticos, el concepto no es el poder como servicio público, sino el poder como servicio privado. Solo desde esta perspectiva de defensa de los intereses de partido y personal, por encima de los intereses ciudadanos, puede entenderse que esta 'consellera' no haya dimitido. No hay excusas ni explicaciones, existe una responsabilidad gravemente fallida que solo tiene una salida democrática: renunciar al cargo y marcharse.