La fe del carbonero
La fe popular, la que no entiende de teologías, confía en las oraciones para que llueva
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Los creyentes que profesan lo que un maestro calificaba como la fe del carbonero, es decir, la popular, la que no entiende de teologías, sino que se fundamenta en ritos ancestrales o en prácticas transmitidas por la vía familiar, esos creyentes, confían en las oraciones para que llueva, tanto si es a la Virgen de Montserrat como a Sant Galderic, en Perpinyà. O al Sant Crist Negre de Peralada, que solo sale en procesión el viernes de los Dolores y en ocasiones excepcionales, como la actual, desde hace más de diez siglos, y con un largo currículum a su favor. La esencia de estas demandas, ciertamente irracionales, se concentra en dos factores decisivos. La primera es que se haga una procesión, es decir, que la imagen intervenga de forma explícita en el quehacer del pueblo. La segunda es empírica: otras veces ha pasado que, después del ruego, ha llovido. ¿Por qué debería ahora ser diferente? Algún curioso quizás lo observa como un singular episodio antropológico, que se da en muy diversas culturas y religiones, pero los creyentes viven confiados en la intercesión divina o el milagro vicarial de santos, santas y vírgenes. Si no fuera así, la procesión sería un pasacalle festivo.
Pedir bajo demanda
Al creer de verdad, se convierte en un rito de raíces atávicas que debe tener contrapartidas. Es, en cierto modo, lo que también pedía el poeta Fages de Climent en aquella emotiva oración al Cristo de la Tramuntana: «Senyor, empareu la closa i el sembrat, / doneu el verd exacte al nostre prat / i mesureu la tramuntana justa / que eixugui l’herba i no ens espolsi el blat». Es decir, pedimos bajo demanda. En caso de que nos ocupa una lluvia persistente, pero benéfica, adecuada a las necesidades. La justa. El filósofo Josep M. Esquirol afirmaba que "no somos dioses y por eso pedimos y oramos, y esperamos", un concepto que es la antítesis de lo que describía la teóloga Marion Muller-Colard cuando hablaba del "Dios contractual": la oración como una transacción. Te invocamos, Dios, te adoramos, pero haz que llueva. Sin embargo, la fe del carbonero no sabe de estas disquisiciones intelectuales.
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