Gárgolas

Hacer un Laura Borràs

Para el presidente azulgrana, todo lo que haya podido suceder en el caso Negreira es consecuencia de los ataques infligidos por el enemigo de la nación y no por culpa nuestra

Joan Laporta comparece por el 'caso Negreira'

Joan Laporta comparece por el 'caso Negreira' / ALEJANDRO GARCÍA / EFE

Josep Maria Fonalleras

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Lo han contado los periodistas que han asistido a la comparecencia de Jan Laporta para dar explicaciones del caso Negreira. Dos meses después de las primeras informaciones, el presidente dedicó dos horas y seis minutos a defender la honorabilidad del club. Ha sido – hace falta remarcarlo – el Laporta de las mejores épocas, el de las proclamas identitarias, el refulgente Laporta que se arbola en los momentos críticos. El de las frases históricas: "No conseguirán destruirnos". El caballero rampante que proclama el "dignísimo sentimiento barcelonista" y que no está dispuesto, en esta batalla por la dignidad de la institución, a que el club "esté controlado o dirigido por personas más afines, sumisas y serviles". De hecho, poco ha esclarecido. Ha atizado el fuego sagrado del barcelonismo y el de la simbología patriótica. De aquel “círculo virtuoso”, inventado por Ferran Soriano, que daba la vuelta a la tendencia pesimista de la entidad y que estaba delimitado por una circunferencia donde habitaban felizmente agrupados el prestigio deportivo, las ganancias económicas y la proyección de los valores humanitarios, hemos pasado a un baluarte defensivo, un encumbramiento en las esencias, fortificado con torres de defensa contra “el mayor ataque que está recibiendo el Barça”.

Laporta, a lo largo de las dos horas y los seis minutos, aclaró que “no quiero que se entienda que hacemos demagogia”. Y lo dijo, muy probablemente, porque sabía que la estaba practicando. El club "expresa una catalanidad abierta al mundo" y es por este motivo que "quieren destruir uno de los símbolos identitarios de Catalunya". Es decir, Laporta hizo un Laura Borràs. Todo lo que haya podido suceder, los hipotéticos errores cometidos, las prácticas bajo sospecha, son consecuencia (podríamos llamarlo una “reductio ad patrium”) de los ataques infligidos por el enemigo de la nación y no por culpa nuestra. "Nos han hecho pagar que somos más que un club" es la cara de una moneda que, en el reverso, dice: "El Madrid siempre ha sido considerado el club del régimen por su proximidad al poder".

Nunca se ha adulterado la competición y el Barça nunca ha comprado un árbitro. Quiero creerlo. Pero no porque me hagan creer que las fuerzas del mal han invadido el "locus amoenus" del barcelonismo inmaculado con "envidias, resentimientos o razones extradeportivas", sino porque alguien me convenza de que no es cierto. Las arengas enardecen, pero el campo de batalla es el de la verdad, aún ignota. 

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