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La Europa fortaleza dicta la política migratoria

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Un grupo de migrantes rescatados en el Mediterráneo llega al puerto de Catania, en Sicilia, este miércoles.

Un grupo de migrantes rescatados en el Mediterráneo llega al puerto de Catania, en Sicilia, este miércoles. / ORIETTA SCARDINO / EFE

El estado de emergencia por un periodo de seis meses decretado en Italia por la primera ministra, Giorgia Meloni, vuelve a sentar a la Unión Europea frente a la realidad de la nefasta gestión de los flujos migratorios a partir de 2015, cuando más de un millón de personas, el 40% de ellas de nacionalidad siria, llegaron a Alemania y el país movilizó grandes recursos para atenderlas. Arropada por una mayoría parlamentaria partidaria de cortar el paso sin contemplaciones a los inmigrantes -hizo de tal propósito un asunto central en la última campaña electoral-, Meloni muestra su cara menos amable, acorde en todo caso con la etiqueta neofascista que cabe aplicar a Hermanos de Italia. Nada hay de nuevo en el estado de emergencia, sino más bien una confirmación de lo que era lógico esperar de la coalición gobernante de conservadores y ultras.

Desde que un Gobierno de Silvio Berlusconi adoptó en 2011 una medida similar, el problema migratorio ha estado en todos los debates y toda la propaganda política de la derecha, presentado el caso como un desafío insostenible para Italia. Matteo Salvini, líder la La Liga, fue especialmente expeditivo durante el bienio 2018-2019 y durante los primeros meses de gobierno de Georgi Meloni fue el inspirador de los obstáculos puestos al desembarco de inmigrantes socorridos en alta mar por barcos de diferentes ONG. Ejecutado todo ello en el seno de una atmósfera propicia para la línea dura que la extrema derecha defiende en toda Europa y que ha contaminado en mayor o menor medida a los partidos conservadores y aun a aquellos que, no siéndolo, se suman a tal corriente por mero cálculo electoral con rumbo a una Europa fortaleza.

Qué duda cabe de que la Unión Europea ha facilitado las cosas al flanco ultra, incapaz de poner en marcha un programa o compromiso colectiva para dejar a salvo el respeto por los derechos humanos, establecer un reparto equilibrado y permanente de los contingentes migratorios y neutralizar la actividad de las redes de delincuencia que envían a Europa sin interrupción a inmigrantes a bordo de embarcaciones de fortuna. Dicho de forma resumida: la gestión migratoria es un gran fracaso colectivo que ha permitido a la extrema derecha adueñarse de un asunto que afecta a las primeras víctimas de la historia de nuestros días, personas privadas de futuro en países donde la pobreza, la guerra y las arbitrariedades del poder están a la orden del día.

La razón dada por Meloni para justificar el estado de emergencia no es más que un pretexto para facilitar las devoluciones en caliente. “Hemos decidido el estado de emergencia para la inmigración para dar una respuesta más eficaz e inmediata a la gestión de los flujos”, ha declarado la primera ministra. Pero de lo que realmente se trata es de devolver en caliente a las personas que, de acuerdo con los parámetros del Gobierno, no tienen derecho a quedarse en Italia, algo extremadamente complicado de precisar habida cuenta las condiciones en que se produce el flujo migratorio en el Mediterráneo central, con Libia y últimamente Túnez sin capacidad alguna de control efectivo sobre los manejos de las mafias que operan en sus costas.

La gran paradoja es que la última versión del Documento de Economía y Finanzas elaborado en Italia por expertos concluye que el país necesitará de aquí a 2070 el concurso de los inmigrantes para compensar la baja natalidad y que esa aportación de mano de obra extranjera contribuirá significativamente en la reducción de la deuda pública. El informe, que esta semana recibió el visto bueno del Gobierno, vaticina que “si la inmigración neta aumenta el 33% en los próximos 50 años, la deuda pública caerá 20 puntos; si disminuye el 33%, aumentará 60 puntos”. Pero lo que realmente importa ahora más allá de las cifras es la utilización política de la inmigración para alimentar un nacionalismo exacerbado y aprovechar las corrientes de opinión que presentan a los migrantes como competidores desleales en el mercado de trabajo, consumidores de los servicios que presta el Estado asistencial y depositarios de culturas ajenas a la italiana y dispuestas a competir con ella.

El enfoque del problema es muy similar en otras sociedades europeas. El Mediterráneo es la frontera del mundo en la que se dan las mayores desigualdades entre la riqueza del norte y las carencias del sur. Sin embargo, la capacidad de la Unión Europea para corregir tal desequilibrio ha sido escasa y es de temer que lo siga siendo. La tendencia parece que es esta otra: convertir regímenes venales del sur del Mediterráneo en muros de contención de las redes yihadistas y recelar de la más mínima señal emancipadora -las primaveras árabes, por ejemplo-, plegada Europa en este caso a una Realpolitik de vuelo gallináceo.

Es improbable que la actitud vigilante de Bruselas ante el decreto firmado por Meloni sirva para evitar lo que del mismo cabe esperar. Siempre podrá esgrimir Roma que es del todo modesta la contribución europea para evitar que el Mediterráneo central sea el área con una más intensa corriente migratoria; siempre podrá decir que la Guardia Costera dispone de recursos limitados y que la apertura de nuevos campos de refugiados permitirá acoger temporalmente a personas con destino incierto. Habrá en ello dosis parecidas de verdad y de mentira, pero eso tampoco será nuevo: los acuerdos de la Unión Europea con Turquía para convertirla en un contenedor de refugiados políticos y económicos descansaron en un argumentario de muy discutible solvencia, pero se vendieron como un logro para reforzar las fronteras de Europa.

El politólogo Sami Naïr escribió en 2016: “Era una ilusión irresponsable considerar que se podía construir un espacio económico europeo rico e integrador sin tener en cuenta la situación económica y política del contexto regional extraeuropeo: la población de la orilla sur del Mediterráneo va a superar los 356,9 millones de habitantes para mediados de la década de 2030 sin que se pueda prever una mejora en la capacidad integradora de los mercados de trabajo en estos países”. Las recetas de la extrema derecha no hacen más que agravar esa previsible realidad; la Italia de Giorgia Meloni se convierte en un problema para Europa, pero Europa ha sido incapaz de actuar con previsión y realismo para evitar que el posfascismo se adueñe del problema en beneficio propio.

 

 

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