Desperfectos Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos
Asuntos siempre pendientes en Catalunya
Hay que articular élites meritocráticas, que es lo contrario de delegar en la clase política el funcionamiento del puente de mando y la sala de máquinas de una sociedad

Imagen de archivo del historiador Jaume Vicens Vives (a la izquierda de la fotografía).
La política de deterioro lleva a una taquicardia de ansiedad. Debidamente, los traumatólogos de la vida pública recetan regeneracionismo de sociedad civil. Que la política luego lo entienda. Como sabían los regeneracionistas, la falta de buen gobierno perjudica la cohesión. Por eso Jaume Vicens Vives propugnaba el papel de las minorías creativas, es decir, responsables. En 1956 propuso una alianza para reagrupar energías en la Catalunya de la posguerra, cuando la burguesía catalana era una sombra de sí misma. En fin, ya no existe. Ese fue luego el germen del Cercle d’Economia, hoy más bien neutro. De nuevo faltan élites meritocráticas y más aún por vivir en una época posideológica. Ideas y no ideología. Donde corría la lanzadera del telar, hoy las 'start-ups' generan innovación. Es el afán de prosperidad que se nutre de la iniciativa y el riesgo. Nada que ver con la política que obliga a las empresas a trasladar la sede.
Articular élites meritocráticas es lo contrario de delegar en la clase política el funcionamiento del puente de mando y la sala de máquinas de una sociedad. En 1960 Vicens Vives escribe que Jovellanos representó para la España de comienzos del siglo XIX lo que la figura de Maragall significaba para Catalunya cien años más tarde. Ya entonces, Vicens buscaba alguna forma de acción pública. Hoy sería muy higiénico, más allá de los cascotes del 'procés', hablar de aspiraciones, para España, y para la Catalunya que Vicens Vives vio intrínsecamente involucrada en España. Es inaudito que negando la concordia de 1978 se haya querido extremar tanto la contraposición cultural entre Catalunya y el conjunto de España. Se nos dice que es anticuado defender la gran conversación hispánica y el marco constitucional. En realidad, es mucho más arcaico abogar por lo contrario, el distanciamiento, la desconexión, la ruptura de un intercambio franco y leal que tuvo grandes momentos, algunos fructíferos y otros desaprovechados.
Por ejemplo: cuando aparece el catalanismo político Joan Maragall entiende que ningún enfrentamiento político ha de ser causa de desentendimientos entre los intelectuales de Madrid y de Barcelona. Busca un interlocutor significativo y habla con la Institución Libre de Enseñanza. Allí, como él mismo cuenta, siempre se sintió escuchado. ¿A qué viene en un nuevo siglo encofrarse en el fatalismo del desentendimiento? Episodios públicos muy recientes volverían a justificar al Maragall pesimista, pero casi nada es irreversible y la realidad difiere de la demagogia. En realidad, si se quiere conversar siempre hay interlocutores.
Entretodos
Eso es: la sociedad catalana ha tenido sus mejores oportunidades con el pacto y la transacción. Y en un mundo global, la interacción significa la inteligencia. Consensuar, negociar, sumar y no restar: hay que ganarse a pulso las oportunidades. Así fue como la sociedad catalana presionó en Madrid para que se legislase el arancel que protegía la industria textil de Catalunya. Cuando la Lliga conectó con el regeneracionismo que proponía Maura acabó siendo posible mancomunar las cuatro provincias catalanas, la Mancomunitat. Para contraste están las irresponsabilidades de Companys.
En Catalunya, el abstencionismo sigue siendo una anomalía grave y el lenguaje político está muy deteriorado. Ha sido un error histórico el intento de negar que existen distintas contribuciones a la idea del bien común en Catalunya. Son lesivos para el pluralismo la invitación a un pensamiento único o el baño maría victimista.