GOLPE FRANCO

Que la vida iba en serio

"Me hice del fútbol en la época en que ni Kubala se salvaba de la desgracia, y seguí siendo del Barça hasta este santo minuto azulgrana de mi vida"

Xavi cabizbajo en la banda cuando el marcador ya era adverso durante el partido de vuelta de las semifinales de la Copa del Rey entre el Barça y el Real Madrid en el Spotify Camp Nou

Xavi cabizbajo en la banda cuando el marcador ya era adverso durante el partido de vuelta de las semifinales de la Copa del Rey entre el Barça y el Real Madrid en el Spotify Camp Nou / Jordi Cotrina

Juan Cruz

Juan Cruz

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Un recordatorio: perdió el Barça 0-4 ante el Real Madrid el último miércoles, que ya sería miércoles toda la semana. En la tienda de las camisetas yo me había comprado un anorak con los colores de mi equipo, hacía tanto frío en la grada. Un gran amigo, Carles, al que no pongo apellido sólo porque él se extrañaría, me facilitó el modo de ir entrando en esa amalgama de dificultades que tiene hoy la burocracia del fútbol, a la que no tengo acceso simplemente porque soy más viejo que mi nieto, que sí disponía (madridista muy listo) de las claves para que yo no me hundiera en el laberinto.

Ya dentro sentí frío, algo como del asma de asmático, olemos frío y miedo a la vez. El abrigo me alivió el trance, y hasta canté el himno, como lo supe según los registros de la voz del artista que más amo, Joan Manuel Serrat. Me sentí feliz, el muchacho cumplía doce años. Un día, hace unos años, en las mismas escaleras, me miró con lágrimas en los ojos: “¡Abuelo, no me traigas más a este campo!” Los nuestros, nosaltres, le habíamos ganado 5 a 1, inolvidable resultado que se olvidó poco después.

Luego comenzó el partido, en serio, y ocurrieron algunas cosas que la crónica general del desastre se ha encargado de reseñar o celebrar. Dentro de los límites de la reseña está ahora la burla, algo que domina ámbitos de la memoria deportiva como si aquello que se decía, jugar es participar, se practica entre los alevines, donde ganar no es el fin de la partida, sino el juego, las consecuencias risueñas del bendito juego.

Pero así es la vida, un escudo mediático en el que participamos todos, como tortugas de oro, imitando, imitando, hasta la derrota final del periodismo. Tras el partido sentí que debía brindar con el nieto, me olvidé de las circunstancias del resultado (es curioso: nunca se me fue de la cabeza, mientras tanto, una internada de Balde, que parecía inaugurar otra época que duraría al menos lo que hay entre un siglo y un minuto), y luego escribí, de madrugada, algunas extrañezas que me dejaron ciertas ocurrencias de la grada. Entre ellas, que desde el minuto 10, ¡el minuto 10!, qué símbolos tienen los aficionados, se requería de inmediato la presencia de Messi. Como si él lo estuviera viendo desde el cielo que le tienen prometido los mismos que se callaron cuando él lloraba aquel día en que el 10 se iba a ser el 30 en París, con aguacero, como en el poema de César Vallejo, el pariente pobre de Sotil.

Ahora que he vuelto a aquella atmósfera que fue como el guindo que todo aficionado tiene que sufrir, como los tragos que aconsejaba Quevedo a los malos lectores de poemas, me entró de lleno en la cabeza el principio y algunos párrafos de un poema que les quiero regalar en este día de después de la tragedia. Es de Jaime Gil de Biedma, que nunca fue al fútbol pero es de Barcelona. “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde…” Me hice del fútbol en la época en que ni Kubala se salvaba de la desgracia, y seguí siendo del Barça hasta este santo minuto azulgrana de mi vida. Canté el himno el otro día, cuando ya nada se esperaba (¡nada!) exaltante (este es de un poema de Celaya que Paco Ibáñez canta como Dios), y ahora me golpea, lo que sigue del poema: “Como todos los jóvenes/ yo vine a llevarme la vida por delante/ Dejar huella quería/ y marcharme entre aplausos”… Uf. “Envejecer, morir, eran tan solo/ las dimensiones del teatro/ (…) Y la verdad desagradable asoma./ Envejecer, morir/ es el único argumento de la obra”.

Esta noche será domingo, un día sin estrella sigue a los días que vienen, y es mejor esperar que ninguno de ellos nos halle llorando en serio al borde de un campo que se cierra tras de ti como si fuera el ataúd de una garganta. 

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