Limón & vinagre

Sílvia Munt, en buena compañía

La directora y actriz se ha basada en 'las once de Basauri' para mostrar la constancia del feminismo en defensa de los derechos de las mujeres

Sílvia Munt

Sílvia Munt / JONATHAN GREVSEN

Josep Cuní

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Cuando una madre entierra a un hijo, una parte de ella también muere. Un principio que la milenaria cultura china convirtió en proverbio: padre e hijo son dos, madre e hijo solo uno. Y no hay mujer castigada con tan terrible pérdida que pueda evitar el dolor profundo y permanente que arrastrará de por vida.

En las crónicas se ha escrito que Ana Obregón ha querido compensar una derrota íntima con una victoria ajena. La muerte del hijo biológico por el nacimiento de la nieta subrogada. Cumpliendo una voluntad póstuma ha alargado la polémica porque las buenas exclusivas de hoy se dosifican como los folletines de ayer.

Así ha sido como quienes denostaban las crónicas del corazón también se han sumado al coro popular de un proceso ilegal en España pero posible en otros países. Trámites discutibles de los que han opinado Gobierno y Congreso a quienes se piden revisiones de normas porque ya no queda nada que no pueda invadirlo todo. En medio, las dos Españas siempre dispuestas a polemizar desde posiciones encontradas. Unas contundentes, otras matizadas. La información confundida con la especulación, la noticias con el rumor y la protagonista en el centro moldeando su verdad entre el dolor, el exhibicionismo, la recuperación y la alegría. En el debate, la mezcla imposible. Desde la ley y su debilidad al poder del dinero y su perversión. Desde la ciencia y su recomendación a los límites sociales tanto de los contratantes como de las contratadas. Desde la edad avanzada de la abuela-madre al futuro incierto de una niña expuesta a un tutela pública y publicada antes de que la vida la empuje a una potencial soledad. Biología y perversión, egoísmo y altruismo, generosidad y explotación, negocio y solidaridad se van alternando con la misma fuerza de las opiniones encontradas y la controversia agudizada. Pero todos olvidando lo primordial: los hijos no son propiedad de los padres. Los hijos son prestados.

La frase, contundente y concluyente, aparece como quien no quiere en la película 'Las buenas compañías'. Su directora, Sílvia Munt Quevedo (Barcelona, 24 de marzo de 1957), afirma que se la dijo la cuidadora de su madre. Una dominicana, de nombre Esperanza, alejada de su país por trabajo y separada de sus hijos por necesidad. Y no pudo evitar incluirla en el guion para que, sin énfasis pero con sentimiento, se la dijera una madre resignada a su hija inconformista cuando esta le plantea las dudas que bifurcan su camino. Las propias de cualquier joven pero corregidas, aumentadas en el Bilbao de 1976.

Silvia Munt se ha basada en 'las once de Basauri' para mostrar la constancia del feminismo en defensa de los derechos de las mujeres. Aquellas se enfrentaron a un proceso penal que duró nueve años acusadas de haber abortado. Pero el film que refleja los inicios del movimiento y los aires de cambio que se respiraban va mucho más allá de los hechos. Y cruza vivencias y sensaciones, realidades y deseos, posibilidades y frustraciones de dos generaciones que conviven pero no coinciden, que sufren pero no hablan, que saben pero no dicen.

'Misty' flota en el ambiente. Como en el clásico del jazz rememorado por Elena Tarrats, las protagonistas se preguntan si no estarán irremediablemente perdidas. Por eso se necesitan. Y de aquella necesidad, la fuerza que nos impulsó hasta aquí.

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