Podemos, un aliado molesto pero necesario

Conviene no olvidar la tendencia suicida de la izquierda de la izquierda, incapaz, a veces, de superar diferencias menores

Pablo Iglesias.

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Rosa Paz

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Aciertan quienes dicen que Pedro Sánchez apuesta por Yolanda Díaz como complemento electoral para los comicios generales de diciembre y también aquellos que aseguran que a la líder de Sumar le interesa dejar pasar tiempo para ver si el potencial negociador de Podemos se va debilitando antes de sentarse a negociar las listas. Es así. El presidente del Gobierno prefiere a la vicepresidenta segunda, como se demostró con la oportunidad que le ofreció en la esperpéntica moción de censura de Vox, antes que a las ministras de Podemos, Ione Belarra e Irene Montero. Y es comprensible. Díaz es dura en la negociación e intensa en la defensa de sus propuestas, pero es leal, e incluso cariñosa, en el trato público con Sánchez y los ministros socialistas, además de haber sumado a su haber y al del Gobierno una amplia lista de éxitos al frente del Ministerio de Trabajo.

Qué mejor ticket electoral, por tanto, cuando el líder socialista sabe que a una parte de su electorado, y de los barones y veteranos del PSOE, les irrita que se haya coaligado con Unidas Podemos para gobernar, aunque, como se vio tras la doble convocatoria electoral de 2019, no tenía otra opción. El presidente es consciente de que más allá de algunas cuestiones de principios, lo que enerva particularmente a esas personas son las actitudes agresivas e incluso ofensivas de los dirigentes de Podemos para con Sánchez y los socialistas. Ha constatado además que no es solo eso lo que los refuerza argumentalmente contra la coalición, les indignan también sus políticas, porque hay demasiada gente que no entiende ni la ley del solo sí es sí, con sus efectos indeseados, ni la ley trans, por ejemplo.

Eso no ocurre con Díaz. Si hay fuga de votantes del PSOE al PP no es ni por la reforma laboral ni por la subida del salario mínimo ni por los erte, todas ellas medidas aplaudidas por los votantes y los notables socialistas, ni obviamente por el modo amable que tiene la vicepresidenta segunda de relacionarse con el resto del Gobierno. Y como Sánchez ha tenido la sinceridad de admitir que su objetivo es repetir la coalición progresista -consciente de que si puede seguir gobernando será prácticamente imposible hacerlo en solitario-, es lógico que desee dejar claro desde el primer momento que con quien quiere repetir es con la candidata de Sumar y eluda admitir que también habría ministros de Podemos si se reedita la alianza gubernamental.

Se podría decir que para ambos, para Sánchez y Díaz, Podemos es un estorbo, aunque los dos son conscientes de que la concurrencia de ese partido a unas listas unitarias es imprescindible. Está más que demostrado que dividir el voto de la izquierda es demoledor para sus intereses electorales porque la fragmentación desmoviliza a los votantes y pulveriza el voto hasta convertirlo en casi inservible a la hora de obtener escaños. Saben, por ello, que lo más conveniente es la incorporación del partido de Belarra a las candidaturas de Sumar. Es difícil, si no, que las cuentas salgan y den la mayoría necesaria para seguir en el poder. Pero antes de sentarse a negociar en serio, Yolanda Díaz quiere dejar pasar las elecciones del 28M en las que Podemos podría tener un resultado mediocre -podría, por ejemplo, desaparecer de la Asamblea de Madrid-, y ver si eso merma su capacidad para imponerle a ella sus condiciones. Ya lo dijo en la presentación de su candidatura, a la que no acudió la cúpula de Podemos, que se acabaron las tutelas.

No será, en cualquier caso, una negociación fácil. Porque Podemos se reconoce como el partido que ha transformado en buena medida la política española en la última década, el que hizo vicepresidenta a Díaz -nombrada digitalmente por Pablo Iglesias- y el que tiene la estructura organizativa más fuerte de la docena de formaciones que se agrupan en torno a Sumar, muchas de las cuales son sus escisiones o eran sus confluencias. Y Podemos exige que se le reconozca ese papel y esa fuerza. Conviene no olvidar, no obstante, la tendencia suicida de la izquierda de la izquierda, incapaz, a veces, de superar diferencias menores para unirse en una causa común y tan tentada, sin embargo, a derribar todo el tinglado aunque sea a costa de quedar sepultada bajo sus escombros. Como el bíblico Sansón.

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