Arenas movedizas

De príncipes y principitos

En el 80º aniversario de la famosa obra de Saint-Exupéry y el medio milenio del tratado de Maquiavelo, la política se sigue decantando por la interpretación del segundo y no por las enseñanzas del primero

Una ilustración de 'El Principito', de Saint-Exúpery.

Una ilustración de 'El Principito', de Saint-Exúpery.

Jorge Fauró

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Entre estas dos sentencias hay un océano de 400 años. La primera: «Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos»; y la segunda: «Aquel que conquiste un pueblo […] y quiera conservarlo debe cuidar de dos cosas: de que se extinga la raza de su antiguo príncipe y de no alterar sus leyes ni sus impuestos, y de este modo, el nuevo Estado formará con el Principado antiguo […] un solo cuerpo».

Una está extraída de ‘El Principito’ y la otra de ‘El Príncipe’. Antoine de Saint-Exupéry, por un lado, y Nicolás Maquiavelo, por el otro. La primera habla de la bondad y de ver más allá de lo que abarca nuestra vista; la segunda sugiere conquista, sometimiento y extinción. Aparenta ñoñería la del francés, acaso cierta percepción de infantilismo, más propia de encontrárnosla grabada en una jarra sobre la estantería de una tienda de suvenirs que de tratar de aplicarla a la cosa pública. Por el contrario, no hay piedad en el italiano, que ni siquiera deja espacio a la compasión. Mr. Wonderful no utilizaría ese aserto, y probablemente ningún otro suyo, para serigrafiar sus regalos. Y en ambos casos es un príncipe el que habla. Sin embargo, detrás de la aparente falta de escrúpulos de Maquiavelo subyace buena parte de la filosofía política moderna.

‘El Principito’, publicado un 6 de abril de 1943, cumple 80 años y ya es abuelo. Llega lozano a la tercera edad, pletórico en sus enseñanzas, ejemplo para varias generaciones y en la memoria colectiva de cuantos lo han leído a lo largo de ocho décadas. Ello se lo debe a su condición de 'best-seller' que vende cada año más de cinco millones de ejemplares en todo el mundo y ha sido traducido a más de 500 idiomas y dialectos. Está considerado el mejor libro francés del siglo XX. Nunca pasa de moda.

‘El Príncipe’ también cumple años y ya rebasa el medio milenio, aunque no vende tanto. Escrito en 1513 y publicado 20 años después, ha perdurado en el debate político y social tanto por el adjetivo derivado del nombre del autor (‘maquiavélico’) como por las enseñanzas que emanan de su prosa. Leído y vuelto a leer, no he encontrado mucho de maquiavélico en Maquiavelo —más allá de la frase apuntada al principio y alguna otra—. Ni siquiera la famosa sentencia de «el fin justifica los medios», que es culmen —dicen­— del maquiavelismo. Atribuida al político y escritor italiano, muchos historiadores la asignan a San Ignacio de Loyola, a Thomas Hobbes e incluso a Napoleón. Maquiavelo es más maquiavélico en las interpretaciones y sucesivas lecturas que se han hecho de su obra que en sus propios escritos, y si tomamos como base de su filosofía el final del aserto anotado al comienzo, el de crear un Estado de un solo cuerpo a partir de su fusión con el anterior, quizá el pensamiento no sea del todo abominable.

‘Príncipe’ y ‘principito’ conforman, en realidad, dos formas de entender la filosofía, la una consagrada a la política y la otra a la vida. La pregunta es: ¿por qué el libro de Saint-Exupéry continúa leyéndose masivamente año tras año y no así el de Maquiavelo? Y abundando más: ¿tiene lectores ‘El Príncipe’ en 2023? ¿Hay alguna razón para leerlo en el siglo XXI? ¿Llama la atención de algún lector más allá de la prescripción universitaria o de la lectura a tiro hecho? ¿Por qué, entonces, mantiene mayor influencia el noble del italiano que el del francés? Probablemente, porque la filosofía del primero se orienta hacia la acción y al arte de gobernar y la del segundo, tan inocente y naíf, no acabamos de creérnosla, por encantadora e idílica que nos parezca.

Cualquiera de las dos sería aplicable al momento actual de los partidos políticos en España. Donde Maquiavelo habla de la necesidad de que los seres humanos actúen unidos por el bien público, Saint-Exupéry apunta la necesidad de saberse juzgar a uno mismo, mucho más difícil, sostiene el niño príncipe, que juzgar a los demás. Donde ‘El Príncipe’ asevera que lo público está en peligro de ser arrasado por enemigos de la libertad, ‘El Principito’ se muestra convencido de que lo que embellece un desierto es la seguridad de que esconde un pozo en alguna parte. Tan actuales los dos. Quizá va siendo hora de creer a ese niño que ahora cumple 80 años y de no tomarle únicamente por un hermoso pasatiempo.

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