Urbes de futuro

'Superilles', una nueva sensibilidad urbana

Ciudades de todo el mundo como Copenhague, Nueva York, Berlín, Viena o Barcelona ensayan un urbanismo a escala humana

'Superilla' de Sant Antoni, en Barcelona

'Superilla' de Sant Antoni, en Barcelona / Álvaro Monge

Juli Capella

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Como reivindica el urbanista danés Jan Gehl en su libro 'Vida entre edificios', el espacio público debería ser una gran "sala de estar" de la ciudad, no un mero espacio de tránsito. Estamos viviendo un cambio histórico. La reestructuración de las ciudades fallidas. Hasta ahora, los planificadores habían resuelto la infraestructura de las calles, pero no su humanización.

Nuestras ciudades están enfermas, han crecido de forma desordenada y errónea. Hay que curarlas. Es prioritario, porque sabemos que en las grandes urbes es donde se está acumulando la población mundial. Hacerlo de forma no cancerosa es la preocupación de muchos expertos y científicos, pero su voz ha quedado asfixiada en aras de la obsesión por el crecimiento y un equivocado concepto de progreso exclusivamente economicista. Pero ahora tenemos una certeza terrible: el colapso por el cambio climático, que nos urge a protegernos. También tenemos otro dato científico irrefutable, la contaminación nos perjudica gravemente, generando enfermedades y muerte, aquí mismo, en Barcelona, cada día. Un millar de muertes prematuras según el ISGlobal.

Ante este tremendo panorama, muchas ciudades del planeta llevan años tanteando experiencias para cambiar su rumbo. Pero hasta ahora solo han puesto tiritas y tomado aspirinas. Ahora se hace necesario pasar a la acción con determinación y premura. Lo está haciendo Nueva York, que ha conseguido pacificar ni más ni menos que Times Square, el corazón de Manhattan, donde el tráfico ocupaba el 90 % del espacio, aunque solo transportaba al 10% de la gente. Donald Trump berreó diciendo que sin estar atiborrado de coches Times Square ya no era Times Square. Eso da cuenta de qué grado de sumisión tenemos por lo establecido. Pero una encuesta demostró que el 73% de los ciudadanos lo aprobaban, y además el comercio, beneficiado, lo celebró.

En París se ha planteado el paradigma de la ciudad de los 15 minutos, que aquí ya disfrutamos 'de facto'. También están en marcha los 'kiezblocks' en Berlín, el Supergrätzel en Viena, los 'park blocks' en Los Ángeles. Otros avances llegan de València, Bogotá, Copenhague, Quito… El innovador concepto de 'superilla', ideado aquí en Barcelona por Salvador Rueda, ha servido de modelo inspirador en muchos de estos lugares. A diferencia de otras disciplinas competitivas, aquí las ciudades se han copiado y dejado copiar con mucho gusto, han compartido experiencias. Un hermanamiento entre urbes sustituye la anticuada rivalidad por la cooperación. Que Madrid siga asfaltando y talando árboles no nos alegra porque les ganemos en el ránking urbano, sino que nos entristece por su gente.

La nueva sensibilidad urbana forma parte de una tendencia internacional de priorizar lo social. Es una fuerza potente, optimista y decidida a cambiar la realidad, a pesar de enormes resistencias. Todas las promesas futuristas que el desarrollismo tecnicista había ido recetando para la ciudad han fracasado. Por eso es necesario pasar de pantalla. La libertad de movilidad no es poder llegar en coche a todas partes, sino poder llegar a todas partes de todas las formas, según prioridades. No hay nada contra el coche, fantástico artefacto de movilidad, tan solo jerarquizar su preeminencia y hacerlo inocuo para la salud.

Por tanto, el principal problema de los ejes verdes barceloneses que ahora se han medio inaugurado, es que solo sean dos. Y apenas unas pocas plazas entre chaflanes. Aún sigue habiendo mucho asfalto y poco verde. Necesitamos un enorme dosel de vegetación para absorber la polución y evitar quemarnos al caminar cuando el sol arrecie. Y quien piense que los ejes verdes van a beneficiar a unos cuantos, tienen razón. Por tanto, han de exigir al próximo ayuntamiento que extienda el beneficio por toda la ciudad. Los 21 ejes previstos se quedan cortos. Quien ha probado lo bueno quiere más, todos los vecinos tienen derecho a disfrutar de la calle. Su utilidad ya está ensayada y comprobada. Y sí, el tráfico, en cierta medida, se evapora cuando hay una alternativa. Cuando se puede ir caminando con tranquilidad y seguridad a los sitios. Cuando se preserva el comercio minorista de proximidad. Cuando las calles reviven.

Los agoreros que pronostican grandes desastres por apenas haber pacificado dos miserables calles de las 4.518 que tenemos van a ver cómo se desmonta su temor cuando las paseen. Es un tema de sintonía generacional. El espíritu del tiempo. Cuando, de aquí a unos años, alguien vea una foto de cómo era la Meridiana y cómo es ahora no se lo creerá. Y si le dicen que antes había un tambor elevado de hormigón en el parque de las Glòries, con cuatro carriles rozando los edificios en pleno siglo XXI, pensará que fue fruto de algún mal sueño. Y apuesto a que ciudades artificiales como Dubái, donde no hay calles, cuando hayan despilfarrado todos sus petrodólares, se desertizarán de gente. Huirán en busca de ciudades donde la mixtura de usos propicie una buena vida. No hay vuelta atrás, esto no ha hecho más que comenzar. El 'hurmanismo'.

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