Macroguerra en el microchip
El asedio clásico de la ciudad enemiga se dirime ahora en la primacía de fabricar y tener semiconductores
Valentí Puig
Escritor y periodista.
Las antiguas cargas de caballería o el asedio clásico de la ciudad enemiga se dirimen ahora en la primacía de fabricar y tener semiconductores, aunque nunca faltan conflictos armados. Este juego de la guerra busca conseguir que el contrincante geopolítico no disponga de nuevas generaciones de microchips ni acceda al secreto tecnológico. La durísima competencia comercial entre China y los Estados Unidos se ha complicado mucho por la tenacidad del espionaje chino en los talleres digitales de todo el mundo. Taiwán y Corea del Sur son dos de los grandes productores de chips y aliados de Estados Unidos, la máxima potencia tecnológica mundial. Ni nos damos cuenta de tantas cosas del día a día que dependen de los microprocesadores: el ordenador, el teléfono, el coche, la más mínima logística, los sistemas sanitarios. Muy buena parte del PIB mundial proviene de artefactos con chips.
En su fascinante libro del año pasado sobre la guerra del chip, Chris Miller explica a fondo hasta qué punto sería más difícil sustituir los semiconductores que el petróleo. Las nuevas tecnologías son simultáneamente disruptivas y generadoras de futuro. Si pasó con Gutenberg y la máquina de vapor, ¿cómo no habrá choques por la supremacía del semiconductor? En Europa, la fabricación de semiconductores no fue una prioridad. Según el profesor Fernández-Villaverde, Europa entró con retraso en la industria del chip y lo hizo con medidas proteccionistas e inversiones estatales que no han sido suficientemente efectivas.
Solo un país tan industrioso como Holanda pronto se puso manos a la obra. Ahora Alemania invierte en la gran fábrica de semiconductores de Europa. Primero fue defender la propiedad intelectual; hoy se trata de contener a China cuando se salta las leyes reguladoras. Además, Xi Jinping no quiere chips foráneos en casa: lo que quiere –dice Chris Miller– es transferencia tecnológica. Y va dando grandes pasos. También en inteligencia artificial.
Manteniendo bloqueado el acceso a internet, para la China actual la cuestión es, además de competir sin apego a las formas jurídicas, espiar al máximo la alta tecnología de los Estados Unidos inmiscuyéndose en su seguridad nacional. Ese factor dificulta de cada vez más la fluidez posible entre las dos potencias. Washington ya limitó la exportación de semiconductores a China. Hay quien vaticina una guerra mundial. Es más probable un escenario de guerra fría, con epicentro en Taiwán. Hoy en día, la potencia militar se expresa en chips. En esa complejidad de competencia comercial y seguridad nacional legislar es alta política, una gran tarea para Bruselas.
Pekín codicia la industria de semiconductores del Taiwán que, con la revolución comunista y la guerra civil, dejó la China continental y, después de una fase autoritaria, prosperó con acierto estratégico. Ahora Pekín, como ya arrebató a Taiwán su puesto en el Consejo de Seguridad, presiona a países que –como Honduras– reconocían a Taiwán. Es otro objetivo de sus inversiones tan prepotentes en África e Iberoamérica.
Algo significa que Taiwán y Corea del Sur sean máximos productores de chips, por contraste con la China comunista y mucho más con el régimen inhumano de Kim Jong-un. La inventiva libre y la tenacidad incentivada, hoy como ayer, son fundamentales para competir. Los elementos irreemplazables del iPhone se diseñan en California y se ensamblan en China, pero solo los fabrica Taiwán. La guerra del chip daría un vuelco tremendo si Pekín ocupase los islotes de Pratas, junto a Taiwán.
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