Unidad o harakiri
Vamos a ver si por una vez la izquierda es capaz de no copiarse a sí misma y consigue unirse en lugar de dividirse
Ernest Folch
Editor y periodista
La historia de la izquierda es un fabuloso desafío a las leyes de la física: los partidos han sido capaces de escindirse hasta el infinito, hasta dividir incluso átomos políticos insignificantes. Una de las pocas excepciones a esta regla no escrita fue justamente el PSUC, un partido que aglutinó transversalmente la lucha antifranquista, y que si fue exitoso fue entre muchas razones porque había nacido no de una escisión sino de una fusión en 1936 de cuatro partidos muy diferentes.
La presentación de Sumar en Madrid este domingo consiguió una puesta en escena mediáticamente potente pero no consiguió disipar el viejo fantasma de la división. Porque tan cierto es que Yolanda Díaz demostró capacidad de movilización como que el proyecto que presentó estaba visiblemente cojo, sin la pata central de Podemos. Díaz ha sido capaz de aglutinar a tres bloques importantes (Ada Colau y los Comuns, Errejón y Más Madrid y el PCE), pero le falta sin duda el más importante. La euforia del nacimiento de Sumar ha llevado a más de uno a creerse que el proyecto tiene viabilidad independientemente de que se sume Podemos, una ingenuidad que conecta con el tradicional espíritu divisivo de la izquierda. Lo sabe Yolanda Díaz y lo corroboran las encuestas: sin Podemos, el proyecto de Sumar no pasará seguramente de ser otro experimento fallido más de la izquierda que caerá en la papelera de la historia. En cambio, si se logra la unidad, toda la izquierda a la izquierda del PSOE puede lograr un resultado histórico y, lo que es más significativo, puede ser el soñado muro de contención que frene la ultraderecha y el pacto PP-Vox.
Para lograr el acuerdo harán falta dosis inéditas de generosidad y capacidad de ceder, dos condiciones hasta hoy ausentes. Podemos tendrá que dejar de actuar como un partido tradicional y entender que la elección de las listas debe ser lo suficientemente abierta para que deje cabida a las otras formaciones. Pablo Iglesias tendrá que aceptar un liderazgo compartido, y olvidarse de las veces que la vicepresidenta se ha puesto de perfil cuando Irene Monero o Ione Belarra eran atacadas por sus adversarios. Pero es Yolanda Díaz quien más generosa deberá ser, sencillamente porque es quien ahora tiene más poder: deberá reconocer algo parecido a un coliderazgo con Iglesias y la cúpula de Podemos, y deberá aceptar algo tan evidente como que sin el partido lila su proyecto no tiene atractivo electoral.
Esta historia solo tiene dos finales posibles: o una fotografía ilusionante con el abrazo entre Pablo Iglesias, Yolanda Díaz, Íñigo Errejón y Ada Colau, o escisión. Si lo quieren más dramático, unidad o harakiri. Todo lo demás son escenificaciones débiles y ‘marketing’ político con poco contenido. De momento, Yolanda Díaz se ha tirado a la piscina mediática sin tener el acuerdo cerrado con la formación más importante, un movimiento que hace peligrar el ansiado acuerdo. Vamos a ver si por una vez la izquierda es capaz de no copiarse a sí misma y consigue unirse en lugar de dividirse. A pesar del ruido, queda todavía un largo camino.
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