Transición económica
Joan Vila

Joan Vila

Ingeniero industrial y empresario.

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Inflación, empleo y estabilidad financiera: el trilema que vivimos

Habrá que ajustar la oferta a los nuevos tiempos del fin de la abundancia, con menos materiales, energía y mano de obra

contenedores puerto Barcelona

contenedores puerto Barcelona / Álvaro Monge

El jueves asistí a la presentación del libro 'De la fusta a la fusta', de Àngel Surroca. Es la historia de la empresa Derivados Forestales que nació en Sant Celoni y se convirtió en una multinacional catalana de la química. Mientras escuchaba a los ponentes, pensé en la dificultad de hacer las transiciones. La de Derivados fue fatal, no por mala salud de la empresa, sino por otras razones personales difíciles de explicar. Recordé la transición que vivo a nivel profesional, donde la mayor parte del grupo de personas que me ayudaron a construir la empresa que es ahora ya se ha jubilado, y comparto equipo con una generación de jóvenes, tarea difícil por la diferencia de maneras de hacer. También me vino a la cabeza la transición climática, llena de incertidumbres y con una falta de decisión firme. Finalmente pensé en la transición económica desde un modelo que empezó en 1980 y ha durado hasta la fecha.

Cuentan que la reina Isabel II asistió en 2008 a la London School of Economics. Allí, ante ilustres economistas preguntó: "¿Por qué no supieron identificar la crisis 'subprime' en la que hemos entrado?". Los economistas no supieron responder a la reina, pero días más tarde le enviaron un documento que decía que el mundo es muy complejo y por eso no supieron verlo. Ahora, si su hijo Carlos III volviera, debería hacer la misma pregunta sobre la inflación: "¿Por qué no la vieron venir y no hicieron nada para detenerla?".

Los economistas de los bancos centrales están despistados. La globalización que hubo desde los años 1980 y, sobre todo, desde 1990, no les dejó ver que el inmenso aumento de la oferta que provenía de países asiáticos impedía que la inflación pudiera subir. Y así, con el objetivo del 2% de inflación, se empeñaron en hacer crecer la economía a base de bajar los tipos de interés hasta cero durante muchos años. El resultado fue que la economía creó burbujas por todas partes y expandió el sector financiero hasta volúmenes peligrosos ('sistémicos', lo llamamos). Esto dejaba a los bancos centrales sin posibilidad de actuar si venía una crisis de demanda, pues, con los intereses abajo, poco más podrían hacer. Así fue que, queriendo hacer crecer la economía, se inventaron medidas fuera de la ortodoxia, como el 'quantitative easing', la compra masiva de bonos en el mercado, o el 'helicopter money' que aplicó Estados Unidos repartiendo dinero indiscriminadamente durante la pandemia.

Y así ha sido, en estas condiciones de los bancos centrales, suministrando heroína a la vena económica queriendo hacerla crecer, que, por sorpresa, llegó un choque, un paro de la oferta por el bloqueo marítimo de productos procedentes de Asia. Los bancos centrales no tenían más camino que pedir a los políticos medidas de recortes para detener el gasto inflacionista pero, ¿quiénes son ellos, que nadie ha votado, para dictar lo que debían hacer los elegidos democráticamente?

Ahora el entorno mundial es completamente inverso al de los años 90: un aumento significativo de riesgo geopolítico, un aumento del populismo en todas partes y un paro del funcionamiento de las cadenas de suministro. Los bancos se enfrentan a un gran trilema sobre si atacar la inflación, favorecer el empleo o estabilizar el sector financiero. Si actúan sobre uno de los tres factores, empeoran los otros dos. Los bancos intentan sustituir a la heroína por metadona, pero tampoco funciona, y deben volver a inyectar dosis duras a la economía.

Esta semana hemos visto algo aún peor. Los precios de los contenedores están ya a niveles inferiores a los de 2019 y los agentes de carga van locos buscando mercancía para transportar de un continente a otro. La razón la encontramos en China. China ha decidido desprenderse de los dólares que tiene, desde 1,3 billones hasta 880 mil millones de dólares en los últimos dos años, en un camino para desplazar al dólar como moneda de intercambio y dominar el orden mundial.

El dólar se ha devaluado un 10% en ese tiempo y los efectos sobre el comercio mundial son evidentes. Si China no quiere introducir dólares no debe vender productos en esa moneda, lo que explica el paro del comercio marítimo. El presidente de Kenia acaba de decir que no tenían dólares para importar productos y añadió "si los tenéis, espabilaos para sacároslos de encima", insinuando que la moneda de compra sería el yuan y que el dólar perdería valor. Era lo que le habían contado los chinos.

Ha empezado una nueva guerra fría, esta vez económica, con China impulsando un crecimiento de su consumo interno (acaba de poner en marcha un 'helicopter money' propio) y realizando transacciones con países que no están en la órbita de Estados Unidos. Puede ocurrir que tengamos que pagar los productos que importamos de Brasil en yuans.

La complejidad de la situación geopolítica hace que cada vez sea más difícil gestionar el trilema 'inflación, crecimiento, estabilidad financiera'. Estoy convencido de que hay que hacer frente a la transición hacia el nuevo modelo que se vislumbra de dos bloques mundiales, uno occidental y otro chino. Habrá que presionar a los políticos que hemos votado para que hagan los deberes, con recortes que hagan disminuir la demanda (también necesarios para hacer frente al cambio climático) y ajustar la oferta con la producción adecuada a los nuevos tiempos, con menos materiales, menos energía y menos mano de obra.

Todo esto nos llevará a un replanteamiento del reparto del trabajo que quede, a cómo hacemos viviendas asequibles para todos (expulsar los fondos financieros de la vivienda como hizo Justin Trudeau es una medida, pero es necesario aportar mucho más suelo público para construcción con cesión temporal), a cómo sustituimos la parte del trabajo que sobrará por uno nuevo, formando a los trabajadores para realizar el cambio. En fin, la transición hacia un nuevo modelo, que llamo 'del fin de la abundancia', se ha puesto en marcha. Las protestas y huelgas en Francia, en Alemania y en Inglaterra son la muestra.

No hay que ser ingenuos políticamente, por lo que debemos dominar el debate de las medidas a realizar. Si nos dejamos llevar sin controlar la situación puede pasarnos como a Derivados Forestales, donde unos intereses financieros determinados fueron capaces de frenar el brillante camino que habría llevado a la empresa a ser la mayor multinacional química catalana.

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