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La escritora Emma Riverola se pone en la piel esta semana de un escritor trabajando en su próxima novela

luz pantalla

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Emma Riverola

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¡Tu próxima novela la escribirá el ChatGPT! El carácter jocoso de la advertencia apenas oculta cierta intención despectiva. Aun así, el escritor sonríe y brinda con su amigo. El resto ríe y se abona a la provocación. ¡Y ganará más que tú!, apuntillan.  

Eso seguro, piensa él. Esta misma mañana ha vuelto a reclamar el pago de un par de colaboraciones. Una cantidad importante. Ni siquiera le han respondido. Las próximas semanas se presentan apocalípticas. Encima, cargado de trabajo. A los compromisos habituales, se suman varias presentaciones de novelas que ha aceptado conducir. Es lo que tienen las semanas previas a Sant Jordi, una locura. Pero no podía negarse. Hoy por ti, mañana por mí. El problema es que, entre leer las obras y pensar algo mínimamente inteligente sobre ellas, se le van los días. Y no, ahora no puede perder el hilo de su novela. Cada día adelanta un poco más la alarma del despertador. Al menos, dedicar tres o cuatro horas a sus páginas. Y tienen que ser las mejores que ha escrito nunca.  

Tardó en darse cuenta de que Jan se había colado en la novela. No fue consciente hasta que describió la forma en que el personaje se clava la uña del índice en la yema del pulgar. El gesto le condujo a aquella noche de hace más de 20 años. Entre caña y caña, su amigo le reveló que estaba enamorado de Sara. La confesión fue ganando intensidad, hasta que se desbordó. Fue aquel llanto desmedido, aquellas palabras inconexas, aquellas elucubraciones inverosímiles lo que le puso en alerta. Fue la primera señal. Jan se estaba internando en un laberinto del que no ha podido salir. La medicación y las sesiones le van manteniendo a flote. Lo justo. Ha decidido sacarlo de ahí, aunque solo sea con el hilo de sus palabras. 

¿Cómo sería Jan si nunca se hubiera internado en la oscuridad? Lleva varios días rememorando su aventura en la montaña, aún eran adolescentes. No recuerda muy bien por qué se apuntaron a aquel encuentro juvenil, supone que fueron las ganas de salir de la ciudad. Había centenares de chavales, y no conocían a nadie. Cuando les comunicaron que iban a colocarlos en grupos distintos, callaron, pero ambos supieron. Cogieron sus mochilas y escaparon. Y cómo rieron. Entonces, empezó a llover. 

La huida y la libertad

La montaña se deshacía, apenas veían el asfalto, la lluvia se colaba por debajo de la capelina, pero ellos seguían felices, rememorando el instante de la huida, relamiéndose en su libertad inesperada. Ni un ápice de miedo. Les recogió un vehículo de rescate. Se asombraron al ver a dos chavales carretera abajo. Les condujeron a la casa parroquial del pueblo más cercano, un refugio improvisado. Allí conocieron a otros excursionistas, comieron de sus provisiones, fingieron ser más mayores de lo que eran, se colaron en conversaciones ajenas y siguieron cuchicheando el resto de la noche. Con aquella incontinencia adolescente, con aquella alegría inconmensurable.  

Al día siguiente, el pueblo estaba abarrotado. Los del encuentro juvenil habían tenido que abandonar el campamento de madrugada, el agua había inundado las tiendas. Sorprendentemente, nadie les había echado en falta. Regresaron a casa con los autobuses de la organización. Nunca confesaron a sus padres la aventura, tampoco a sus amigos. Tuvo algo de momento iniciático, y quisieron guardárselo para ellos solos. Hasta que llegó el otro momento, negro y hambriento, y lo engulló todo. 

Lleva toda la semana volviendo a esa escapada. Al agua corriendo por encima de sus talones y la cortina de lluvia que les nubla la vista. Un estruendo líquido que les pare de nuevo. Un Jan que no deja de reír y soltar ocurrencias brillantes. Un Jan sin la mirada lenta ni la boca pastosa. Un Jan que consiguió salir con Sara. Después, con Paula y que ahora vive con Mila, la protagonista de su novela. Tienen problemas, pero él sabe encontrar las soluciones sin perder la sonrisa

Porque este va a ser un libro optimista. Su primera novela que provocará carcajadas. Con mucha lluvia, pero sin rastro de oscuridad. Y, por supuesto, un final feliz. Un escritor parido de nuevo. Libre del pánico perpetuo al extravío, sin la culpa ni la impotencia de ver perderse a un amigo, sin una infancia y una adolescencia teñida de tristeza. Sí, una novela distinta a todas las que ha escrito. Por eso le resulta tan difícil. Por eso tantas horas, tanta angustia y tanta esperanza. La novela que el ChatGPT ni siquiera sospecha que pueda concebir. 

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