'No sin mi piscina'
El nuevo grito rebelde de una sociedad que ha ido perdiendo el bienestar infinito se combate con restricciones sensatas
Carol Álvarez
Subdirectora de El Periódico
Subdirectora de El Periódico. Cultura, tendencias sociales y Barcelona.
Newsletter semanal 'Con Letra de Mujer', que reúne temas de actualidad y ocio con mirada femenina.
Una abre el grifo con una carga de emociones que no es normal: sale agua, y raramente antes pesó tanto la conciencia de su valor. La preocupación por su calidad -sale blanquecina por la cal, luego se deposita y vuelve su transparencia-, por la cantidad que desaprovechamos. Ya usamos un cubo para recoger el agua que corre antes de que el calentador haga su magia y garantice una ducha caliente. La bañera hace años que no se llena, y quedará para los arqueólogos y museos del futuro, aquí se bañaba la gente en sus casas.
Todos los cambios de mentalidad y de cultura del agua, cómo no recordar aquellos años en que nos enseñaron a lavarnos los dientes cerrando el grifo mientras los cepillamos, llegaron para quedarse, porque es la suma de conciencias lo que hará de palanca para cambiar el mundo.
Pero no es la única palanca y desde luego no es infalible: la sequía hidrológica que sufrimos no se combate solo con grifos de baño más tiempo cerrados.
El ambientólogo Andreu Escrivà, uno más en la cruzada por el cambio de modelo, recuerda datos de la Oficina Catalana del Canvi Climàtic, que señalan que tan solo el 11,6% del consumo de agua es doméstico; las tres cuartas partes del consumo (más del 72%) corresponden a los usos agrícolas.
Escrivà no está solo y son legión los expertos que reclaman un giro en el modelo de consumo de agua con un paso obligatorio por la transformación de las formas de riego y de explotación industrial. También en políticas de mantenimiento de las cuencas de los ríos, de revisión y buen mantenimiento de las fugas de agua en grandes infraestructuras. Cada territorio es un mundo, bebe y no solo literalmente de una cuenca con unos recursos hídricos específicos, y el modelo de abastecimiento y demanda de agua debería adaptarse a su realidad y sus expectativas de futuro. No podemos decidir sobre la lluvia que necesitamos, pero sí podemos incidir en el agua que consumimos.
La peor noticia que podíamos obtener de la cumbre política de la sequía en Catalunya es la sensación de parálisis, de aplazamiento de decisiones, emulando las grandes convenciones internacionales por el clima, donde los que participan no ceden para proteger sus intereses. En el Parlament se primaron también intereses: no perjudicar las opciones electorales ante una cita con las urnas a la vuelta de la esquina. Nadie quiere ser el primero en cargar con medidas impopulares, ¿quién cierra las piscinas municipales?, pero el tiempo no solo avanza, sino que además nos hace perder el foco.
Una ducha larga cuenta, piscinas que no se rellenan cuentan, pero son minucias si los campos de golf y regadíos imposibles siguen funcionando, si no se transforma la economía, si los gimnasios y hoteles se convierten en zona franca para el consumo libre de agua. Una parte de la ciudadanía ha cambiado su rutina de consumo de agua, como antes hizo con el reciclaje de papel y plástico, con el almacén de pilas, otra parte se radicaliza en el odio al que malgasta consciente o inconscientemente, "esos turistas que se beben nuestra agua", "esa vecina que llena la bañera", "ese que se ducha durante horas en el gimnasio". Mientras, las vías efectivas para corregir el déficit hídrico siguen bloqueadas.
Y es que llenar o no llenar una piscina tiene un efecto en el ahorro de agua, pero el peso real de esa medida no es tan grande si lo comparamos con los grandes desaprovechamientos y los efectos que a cambio tiene un baño sobre la salud de los usuarios, que afrontarán altas temperaturas, es un factor a tener en cuenta. El debate sobre el bienestar y la salud
pública será importante: la tradición curativa y de recuperación médica asociada a balnearios y spas está sustentada en el uso del agua. Quién no recuerda los debates sobre las restricciones de reuniones en los momentos más críticos de la pandemia de covid, los quédate en casa, y los perjuicios que suponían esas políticas para la salud mental.
El 'No sin mi piscina' puede ser el nuevo grito rebelde de una sociedad que ha ido perdiendo el bienestar infinito, y el lamento se ha de escuchar y valorar, porque no puede haber restricciones si no van acompañadas de políticas activas, transparentes y eficaces contra el verdadero problema de la demanda hídrica actual, que no es la ducha larga.
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