El viento y las tormentas
Los perjudicados por la instalación de los aerogeneradores y huertos solares, a causa de las migajas con las que los compran para que no se opongan a ella, se enfrentan entre ellos. Lo que cuenta ‘As bestas’ no es pura ficción
Julio Llamazares
Escritor y guionista. Autor de 'Luna de lobos', 'La lluvia amarilla', 'Cuaderno del Duero' y 'Atlas de la España imaginaria'.
Julio Llamazares
“Leve es la primavera, / solo un viento que va / de árbol en árbol”. El haiku del poeta japonés Usuda Arô muestra un viento de tal fragilidad que la belleza va dentro de él como lo efímero en la estación a la que canta. El viento así es una caricia que nada tiene que ver con cómo lo vemos en Occidente.
En la película ‘As bestas’el campesino gallego que tan convincentemente encarna el actor Luis Zahera le dice a su nuevo vecino llegado de Francia a la aldea que hasta entonces habitaba solamente su familia: “Mira, francés, para ti esto seguramente sea muy bonito, pero para los que aquí vivimos comiendo mierda desde hace siglos el dinero de los molinos de viento nos viene muy bien, porque con él a lo mejor mi hermano se compra un taxi en Ourense y empieza a vivir mejor y mi madre y yo nos mudamos a un piso y empezamos a vivir como personas, no como animales, que es como hemos vivido siempre en esta aldea que tan bonita te parece a ti”. El diálogo no es exacto, lo reproduzco de memoria, pero refleja el enfrentamiento entre dos concepciones del mundo rural, el de quienes viven en él a regañadientes porque es lo que tienen desde que nacieron y quienes lo han elegido como forma de vida por razones sentimentales o ecologistas. ¿Cuál de esas razones es la mejor? ¿Cuál de los personajes está en la verdad moral? Ese es el eje de la premiada película de Sorogoyen que, aparte de mostrar una realidad vigente hoy en muchos lugares de Europa pese a que la mayoría la ignore, refleja un nuevo fenómeno que, al menos en España, ha venido a azuzar esos vientos de zozobra como es el enfrentamiento entre los vecinos de esa mal llamada España vacía, pues queda gente aún viviendo en ella, a causa de la aceptación o no de las indemnizaciones que se les ofrecen por implantar en sus territorios parques eólicos y solares y que no son más que las migajas de un pastel multimillonario del que quienes se llevarán la parte más grande serán las empresas promotoras, ninguno de cuyos directivos vive y sufrirá por tanto las consecuencias para la naturaleza y para la propia vida de los vecinos de la implantación de esos parques eólicos junto a sus aldeas.
Seguramente el Gobierno español cree con buena fe que en la renovación energética que promueve y que Europa le financia con sus fondos todo son ventajas, pero si atendiera un poco a los signos de lo que está ocurriendo verá que no es así y que no todo son virtudes ni juego limpio en una carrera por el beneficio que como todos comporta también perjuicios y provoca daños colaterales a muchas personas. Y no hablo solamente ya de la lucha feroz entre las empresas por hacerse con las concesiones de los parques energéticos, lucha en la que se reproducen las peleas y puñaladas de toda la vida, eso sí, de guante blanco como corresponde al gremio, sino entre los perjudicados por la instalación de los aerogeneradores y huertos solares, que a causa de las migajas con las que los compran para que no se opongan a ella o la faciliten administrativamente también se enfrentan entre ellos mismos como los desesperados hambrientos del Tercer Mundo cuando les llega la ayuda humanitaria internacional. Nadie habla aún apenas de esto en los medios, pero desde hace ya tiempo en los pueblos y aldeas de la llamada España vacía han empezado a arder coches y maquinaria, a quemarse los montes más de lo habitual y hasta a producirse agresiones entre alguna gente. Y es que lo que cuenta ‘As bestas’ no es pura ficción.
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