Ambientólogo y doctor en Biodiversidad. Autor del libro 'Encara no és tard: claus per entendre i aturar el canvi climàtic'.
Andreu Escrivà
Ambientólogo y doctor en Biodiversidad. Autor del libro 'Encara no és tard: claus per entendre i aturar el canvi climàtic'.
Un siglo sediento
Hay que despertar de 'la gran ilusión del agua barata', renaturalizar cauces y aparcar la nostalgia de los pantanos
Las simplificaciones nunca son buenas, pero sobre la crisis climática hay un dicho que se muestra hoy más cierto que nunca: la mitigación va de energía, y la adaptación de agua. Sin caer en reduccionismos, sí podemos convenir que la cuestión energética es el pilar sobre el que debe sustentarse una drástica disminución de emisiones, mientras que la gestión del agua dulce será el elemento fundamental sobre el que garantizar la adaptación de los territorios a un clima cada vez más caótico y extremo.
Las sequías no tienen una única dimensión, puesto que se puede hablar de sequía meteorológica (escasez de precipitaciones) y también de hidrológica, que implica la disminución de la disponibilidad de agua. Es en este punto en el que se encuentra Catalunya, a la espera de que las lluvias primaverales nos ayuden a sortear este momento crítico. Sin embargo, y aunque así fuera, la gestión del agua en un contexto de cambio climático requiere mirar más allá de la prórroga de las precipitaciones estacionales.
Algunos datos son esperanzadores: Catalunya es una de las comunidades autónomas con menor consumo de agua per cápita y día, y el caso de Barcelona es particularmente ejemplar, con apenas 106 litros diarios por habitante (la media estatal es de 133), cuando a principios de siglo era de 135. Sin embargo, y tal y como recuerda la Oficina Catalana del Canvi Climàtic, tan solo el 11,6% del consumo de agua es doméstico; las tres cuartas partes del consumo (más del 72%) corresponden a los usos agrícolas.
Para encarar un siglo XXI en el que la disponibilidad de agua se verá seriamente comprometida en el Mediterráneo, necesitamos adoptar nuevos enfoques de gobernanza, con mayor participación ciudadana y mecanismos de decisión radicalmente democráticos. Esto debe llevar a, en primer lugar, plantearnos si las confederaciones hidrográficas, creadas hace casi cien años (en 1926), siguen siendo el marco adecuado para abordar la gestión a nivel autonómico y local. En segundo, despertar de lo que el reconocido ecólogo y experto en zonas áridas Fernando T. Maestre califica como "la gran ilusión del agua barata", que en su opinión "nos ha hecho acostumbrarnos a no pagar lo que vale". En tercero, seguir apostando por la ciencia y la investigación, pero sin caer en tecno-optimismos que se tornen espejismos en medio del desierto. El agua desalada y la regenerada juegan y seguirán jugando un papel esencial, pero no nos van a solucionar el problema por sí solas.
Mucho menos servirá añorar los pantanos, estructuras que, pese a su papel crucial en las décadas pasadas y también en la actualidad, alteran de forma irreversible los cursos de los ríos y sus usos. Por contra, serán esenciales las actuaciones de renaturalización de cauces y marjales, porque la naturaleza es nuestra mejor aliada frente a las condiciones cambiantes que impone el cambio climático.
En la tercera década de un siglo sediento, será crucial planificar y repartir el recurso más esencial de todos, siempre desde la perspectiva del bienestar colectivo y la justicia social. Nos va el futuro en ello.
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