Periodista y escritora
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Oda minúscula a las arañas
Acerca del concierto de la cantaora Mayte Martín en Santa Coloma
Me siento a la mesa temprano. Abro la libreta blanca, un supuesto dietario de naderías que me interesan, y en ese instante, en el mismo gesto de abrirla, salta una araña rubia, patilarga, ágil, asustadísima. No la mato, la dejo escapar, buscarse otro escondrijo. ¿Por qué escogió mi cuaderno? En la última página escrita, donde dormitaba el bicho, aparece la cita de un libro que me había recomendado un escritor muy sabio, una frase que dice: "La literatura no es sino el deslizarse del tiempo sobre las cosas".
No la mato porque me caen simpáticas las arañas. Pacientes, protectoras, limpias, trabajadoras, indispensables. Eternas tejedoras del velo de las ilusiones. También, intimidantes, destructoras. El verano pasado, en un pueblecito de Navarra, me quedé embobada un buen rato observando cómo una de ellas se zampaba el moscardón que había atrapado su telaraña, el centro del mundo. Y admiré la escultura que preside la entrada del Museo Guggenheim de Bilbao, un arácnido colosal, de casi nueve metros de altura, obra de la francoestadounidense Louise Bourgeois, hecha de bronce, mármol y acero inoxidable, y que nombró 'Maman ('Mamá'). La madre de la artista era tejedora/restauradora en un taller de tapices.
UN LUGAR ABANDONADO
¿Por qué el cuaderno blanco? Se me ocurren tropecientos lugares más seguros que mi libreta para anidar o dormir, pues la uso bastante. ¿O no? Tal vez la araña rubia quiso mandar una señal, el aviso de que hace una semana larga que no anoto nada, que debo apuntar un chispazo antes de que toquen a rebato las campanas del olvido. En las películas, en los cuentos, en los tebeos, las telarañas solo brotan en las casas abandonadas. Y en los jardines con ratas.
Ocurrió el sábado de la semana pasada, en el Teatre Josep Maria de Sagarra de Santa Coloma de Gramenet, donde la cantaora Mayte Martín ofreció un concierto dentro del festival Flamenc-ON. Qué garganta la suya, qué cante tan sereno, qué fraseo de cristal, guijarro y agua. La seguiriya, la media granaína, la soleá: "Si yo pudiera ir tirando / las penitas mías a los arroyuelos".
Cerré los ojos y prendió el chispazo: escuché dentro de la suya la voz de mi abuelo, un domingo de primavera, mientras esperábamos a que estuviese listo el arroz. El abuelo se acercó a la ventana, subió la persiana verde para que entrase más luz y ató la cuerda verde al anillo de la falleba, como la araña anuda el hilo de la vida que nos lleva. Nos acodamos en el alféizar. Contemplábamos la calle vacía escuchando flamenco en una de aquellas cintas de gasolinera. Gracias, Mayte.
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