Susto médico

No estoy muerto, estoy de parranda

Cavilo qué enfermedades pueden detectarse con un análisis de sangre: prácticamente todas. Todas las graves, por supuesto, por algo leve no te llaman a casa

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Albert Soler

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Suena el teléfono a las nueve, estoy todavía en la cama.

-¿Es usted Albert Soler, que vino a donar sangre la semana pasada?

Intento preparar una frase socorrida, no me lo agradezcan, soy así de altruista, etcétera... No es fácil, recién despertado tengo la mente espesa.

-Soy el doctor X, hemos analizado su sangre y hay algunos parámetros muy anormales. Debería venir hoy mismo al hospital. ¿Puede ser a la una?

-Pero… pero… ¿Qué ha salido mal?

-Mejor se lo explico en el hospital.

Glups. No ha llamado una enfermera para comunicarme que tengo altos los triglicéridos, y que pida cita a mi médico de cabecera. Ha sido un doctor en persona quien ha descolgado el teléfono para urgirme a que me presente en el hospital a las cuatro horas.

Me voy a trabajar. No es que uno tenga muchas ganas cuando cree estar con un pie en el otro barrio, pero peor sería pasar las cuatro horas en el sofá, calculando las posibilidades, qué digo las posibilidades, los días que me quedan. Se lo cuento a mi señora, qué coño, no voy a pasar yo solo el mal trago, algo nos dijeron sobre en la salud y en la enfermedad. Al gato lo mantengo al margen, eso no va con él.

Cavilo qué enfermedades pueden detectarse con un análisis de sangre: prácticamente todas. Todas las graves, por supuesto, por algo leve no te llaman a casa. Padezco algo grave, muy grave o mortal, no hay más. A los pocos minutos ya he reducido mis opciones a enfermedades tratables o intratables. ¿Dónde hay que firmar para que todo se reduzca a un cáncer que obligue a extraerme un órgano?, algunos los tengo a pares. Al rato, solo espero que el desenlace sea rápido e indoloro, no soportaría vivir un deterioro lento del cuerpo que tanto he amado, o sea el mío. Pienso en si debería pasar por el notario, pienso en cómo comunicarlo a mis hijos, pienso en el pequeño, que va a quedar sin figura paterna que le enseñe a reírse de los imbéciles, pienso a quién voy a legar mi coche, 13 años sin ser lavado ni una sola vez, habrá que dejarle claro a quien lo herede que siga ampliando la marca. A la una estoy en el hospital, hola doctor, qué ha salido mal en el análisis.

-Todo.

Glups, de nuevo.

-Mire, no me creo lo que sale ahí. Vamos a repetir los análisis.

O sea, que debería estar moribundo, no sabe cómo siento no estar a la altura de las expectativas de la ciencia. Me saca sangre. La analiza en cinco minutos eternos. Logro no gritar ni llorar.

-Pues han salido perfectos. Voy a repetirlos.

Cinco minutos más, ya no tan eternos.

-Está usted perfecto, los primeros análisis estaban equivocados.

-Estooo… Por curiosidad: ¿qué enfermedades tendría, según el análisis erróneo?

-No se lo digo para no preocuparle, váyase tranquilo.

Me voy del hospital casi saltando y bailando, queriendo besar al doctor, a las enfermeras, a un señor con andador y bombona de oxígeno, al vendedor de cupones y a una paciente rubia y pechugona que está entrando, a esa la hubiera querido besar igual.

De tener yo enemigos, tocaría ahora decir que las cuatro horas que pasé en el cadalso no se las deseo ni al peor de ellos, pero sería falso, a ver por qué no le voy a desear un mal rato a un enemigo. El caso es que aquí me tienen, que no estoy muerto, que estoy tomando cañas.

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