Vientres de alquiler

Ana Obregón: caprichos y derechos

Los deseos no son derechos, quizá es la frase que más me gusta de todo este debate, y es uno de los males de los tiempos que vivimos

Ana Obregón sigue cumpliendo sueños y sumando momentos a sus 68 años

Europa Press

Agnès Marquès

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Ya está casi todo dicho de lo de Ana Obregón, aunque haya que decirlo más veces. Encargar un hijo a ajenos, ponerle un precio, pagarlo. Entender que el dinero te da derecho a todo, que todo tiene un precio, incluso una vida, lo convierte todo en un capricho. Los deseos no son derechos, quizá es la frase que más me gusta de todo este debate, y es uno de los males de los tiempos que vivimos. Quizá la frase que más debamos repetirnos y repetir a los jóvenes: los deseos hay que perseguirlos, pero a menudo se quedan en eso, en deseos. Fastidia, pero hay que seguir adelante.

Solo tengo una duda en el caso de la Obregón. Solo una que me incomoda porque no he visto la misma reacción en otros casos, cuando los protagonistas eran hombres. En ella se juzga todo en mayúsculas: que se compre un hijo, que tenga 68 años y que lo haga cuando aún expresa públicamente el luto por la muerte de su hijo Aless. Sin duda todo ello hace del caso algo excepcional, a la vista está el debate que ha generado. Pero da la impresión que los tres elementos se agravan por el hecho de ser mujer, una mujer blanca y adinerada. Eso no debería eximirla de la crítica, pero el debate sobre la maternidad tardía no lo tenemos cuando son ellos los que engendran a las puertas de la tercera edad. Tampoco se incendian las redes cuando se publica que un famoso ha comprado un bebé a través de la gestación subrogada. Y por último, el luto ha convertido a la Obregón en una mujer inestable, casi desequilibrada que se ha comprado un bebé para sustituir a su hijo fallecido. Ella no contribuye a que el debate no vaya por allí cuando su primera reacción pública es afirmar que ya no volverá a estar sola… Quién mejor que ella, con la experiencia traumática de perder un hijo, debería saber que en la vida no hay nada garantizado. Pero el trato a su posible inestabilidad es salvaje, como lo son siempre los ataques a la estabilidad de las mujeres. A la mínima somos unas histéricas o estamos locas, ya sabéis. Es el único pero al escándalo, que lo es por los cuatro costados, sobre todo por lo que tiene de síntoma del mundo que nos acecha: caprichoso e individualista.