Ríndete ya
A veces bajar los brazos es un triunfo de la inteligencia, testigo de cómo tus esfuerzos por conseguir algo no sirven de mucho
Juan Tallón
Escritor.
Te rindes a la primera cuando no sabes una adivinanza, o no encuentras aparcamiento en la calle, o no entiendes un poema, o se pone por delante el Madrid, o no encuentras por ti mismo una dirección, o pretendes planchar bien una camisa, o leer entera una tribuna de opinión, o aprender la diferencia entre ibuprofeno y paracetamol, o recordar algo que pasó hace muchos años, o amar la cocina, o escribir un diario, o mantener el contacto a toda costa con alguien a quien parece que le das igual, o cuando gotea un grifo. No pasa nada por arrojar la toalla, resignarse, pasar a la siguiente acción. Hay muchísimos otros verbos para explorar. A veces bajar los brazos es un triunfo de la inteligencia, testigo de cómo tus esfuerzos por conseguir algo no sirven de mucho, y te dice «mira, amigo, déjalo estar, no puedes, o no sabes, para qué seguir haciendo el tonto. No pierdas más el tiempo. Retírate».
Está muy bien empeñarse en conseguir algo que se desea, por supuesto. Todos nos merecemos alcanzar ciertos sueños, lo que implica ir detrás de ellos, obstinarse, consumir todas nuestras fuerzas, decirnos a nosotros mismos «nunca me rendiré». La ilusión por alcanzarlos, en fin, ilumina algunas tardes y noches. Pero ¿hasta qué punto hay que emperrarse en hacer cosas que, a partir de cierto momento, se vuelven demasiado difíciles, o repetitivas, o anodinas, o improductivas, o ilusas, o caras?
Los empeños deberían admitir solo un número prudente de intentos, después de los cuales deberíamos disfrutar del delicadísimo placer de rendirse, de tender la vista a un anhelo nuevo. Es loable querer mantener el orden en casa, responder a los emails, hacer dieta, aparcar gratis, llegar puntuales a las citas, salir a correr, vestir conjuntado, escribir un libro sobre ti mismo, no pronunciar «joder» 20 veces al día, no toquetearse la cara. Pero hay que saber abandonar, dejarlo para otra ocasión, incluso para otra persona. La insistencia conduce a menudo al desaliento, a que te consideren un pesado o a que te vuelvas un psicópata. Di «yo paso» y que lo haga otro, mientras disfrutas el éxito.
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