Artículo de José Manuel Pérez Tornero

Malos tiempos para la lírica

Antes o después, las grandes alucinaciones siempre chocan con los hechos

Rueda de prensa de Joan Laporta, presidente del FC Barcelona

Rueda de prensa de Joan Laporta, presidente del FC Barcelona / Alejandro Garcia

José Manuel Pérez Tornero

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 ¡Malos tiempos para la lírica! Lo decía Brecht en la época nazi, tratando que sus compatriotas y el mundo se centraran en lo importante de su momento, el nacimiento del totalitarismo.

Y toca recordarlo cuando, en momentos decisivos como los que vivimos, algunos líderes políticos y deportivos parecen dedicarse, con gusto, a la lírica de los grandes relatos que distraen de la realidad.

Veamos algunos casos. Por ejemplo, la lírica trágica de los dirigentes del Barça. En ella se autopresentan como héroes perseguidos por poderes oscuros, para eludir lo esencial: que la opinión pública no acepta ya esa narrativa de cuento infantil.

Olvidan que la lírica del fútbol se impone a la realidad solo a veces, y por nuestro gusto a la ficción infantil, pero que, últimamente, tras el crecimiento de la deuda del club y el caso Negreiro, lo que nadie nos quita de la percepción es el hedor a podrido que emana de la corrupción.

Otro caso, la lírica que se ha usado recientemente contra jueces y empresarios: entre satírica y epigramática. Algunos políticos, para distraernos de lo esencial, no han dudado en pintar a los primeros de atrabiliarios, reaccionarios, y patriarcales. Y a los segundos, de ricos, egoístas y antipatriotas.

Pero cuando han sido ya más de 700 las rebajas de penas, y hasta el legislativo se ha tenido que autoenmendar la plana; cuando nada ha frenado el traslado de Ferrovial a HolandaParece que hemos tocado fondo.

Y, así, hemos constatado, por un lado, que los veredictos del judicial pesan más que las invectivas del ejecutivo; y, por otro, que el capital, por patrio que sea, no resiste la tentación de engrandecerse más allá de las fronteras.

Otro caso de lírica: églogas celebratorias que los líderes políticos y económicos han lanzado, últimamente, sobre la salud del sistema bancario; tratando de frenar el desplome. Sin embargo, ninguna de ellas ha impedido que la crisis avance en cascada. Primero el Silicon Valley Bank, luego la del Fiesta Republic Bank, Credit Suisse, Deutsche Bank, etc.

Porque también aquí se evidencia que la lógica del capital no acepta ni distracciones ni ensoñaciones, y que no suele dejarse convencer por descripciones idílicas que no tocan con los pies en el suelo.

Lo mismo sucede cuando en tiempo de guerra se recurre a la épica. La invasión de Ucrania puede tratarse temporalmente a base de lirismo épico y cantos heroicos. Pero está necesitando de esfuerzos económicos, bélicos y diplomáticos ¡reales! Pese a que una opinión pública distraída, tal vez, no sea muy proclive a aceptarlos.

La lírica por sí sola no se sostiene, porque no hay mejor disolvente contra ella que el número de muertes y víctimas tienda ya a hacerse insoportable (para ambos contendientes), y el hecho evidente de que la economía mundial está corriendo ya un grave riesgo de recesión profunda.

¿Cuántas más demostraciones y cuánto más tiempo necesitaremos para convencernos de que, en general, estos no son buenos tiempos para la lírica política?

Y ¿cuánto tardaremos en aceptar que lo que importa de verdad, en la vida pública y en la vida política, es atender cabalmente a los hechos y actuar en consecuencia? Que lo demás es solo distracción.

De ahí que lo que conviene exigir, en la esfera pública y especialmente a la política, es que haya menos lírica, menos relato y más exigencia de verdad.

Necesitamos que los discursos políticos sean menos inflamatorios y menos inflamables. Que huyan de las hipérboles retóricas y de las exageraciones. Y que se alejen, lo más posible, de las justas poéticas (tipo moción Tamames).

Porque lo que a fin de cuentas importa es nuestra capacidad de conocer la realidad y de actuar conjuntamente ante ella. Y para eso se necesita un lenguaje discreto, verídico y capaz de reflejar la complejidad -siempre evasiva- de lo real. Y una forma de diálogo que potencie el entendimiento, por encima de la confrontación y la agresión.

Lo que vale en política no es, pues, solo el relato o la lírica. Al final siempre nos toparemos -como decía Arendt- con algo que no se puede cambiar, y esa es la realidad que cuenta: “El suelo sobre el que estamos y sobre el que se extiende el cielo que tenemos encima”.

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