Golpe franco

El grito es silencio en la vida del Barça

Vivimos la penuria del silencio, disfrazado de gritos y de lágrimas, que sobre todo protagoniza ahora, como si se le hubiera paralizado el lagrimal, el presidente Laporta

Laporta, en el palco de San Mamés antes de empezar el Athletic-Barça.

Laporta, en el palco de San Mamés antes de empezar el Athletic-Barça. / Afp

Juan Cruz

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Ni Laporta ni sus antecesores, ni los que los acompañan en el grito o los secundan en el silencio, se han tomado en serio la gestión pública de la presente, y enorme, crisis de reputación que padecen el club y, ahora, el propio equipo. 

Desde que empezaron los rumores, ladinos algunos, pero todos muy basados en realidades que, siendo aún comidillas, estaban lacerando el prestigio de las distintas instancias barcelonistas, incluida la de los que juegan en el campo, ni Laporta ni esos antecesores de los que él fue, a la vez, antecesor, tuvieron gesto alguno de seriedad en la consideración de una respuesta. 

Se limitaron, incluso cuando la situación se hizo límite y alcanzó la muy peligrosa consideración europea, a acusar a otros clubes, a la federación, a los periodistas, a todo el que moviera la lengua en una dirección que, animados por la demagogia, los directivos, y Laporta el primero, empezaron a descalificar sin otro argumento que el sentimental.

'El Barça es més que un club'. Lo es. Lo ha sido, lo será, lo seguirá siendo. La afición y la historia lo avalan, pero ahora, Laporta, tenemos un problema, sobre el que es preciso llorar tan solo en casa. En la calle, ante la prensa, ante los que están levantando alfombras que aparecen sucias, es mejor contar, buscar qué contar, contarlo. 

Hasta ahora, después de las sonrisas de los desmentidos, vinieron las lágrimas, y éstas no explican sino la vieja costumbre de mirar para otro lado, para el lado en el que caen, inútiles, las lágrimas. Lágrimas en la lluvia de un club (¡y un equipo!) que se está jugando prestigios muy diversos. Entre ellos, y esa es una amenaza muy seria para los futbolistas, sobre todo, el de la permanencia virtual en las competiciones europeas.

Dramática inseguridad

El desprestigio al que ha abocado ese juego de manos con los exárbitros aparentemente corruptos, animados por exdirectivos igualmente bajo sospecha, genera una dramática inseguridad. Los aficionados, este aficionado, por ejemplo, hemos vivido este tiempo como si una pesadilla se hubiera apoderado de las razones de la historia para desbaratarla. Hasta victorias recientes bien merecidas, así como las noticias deportivas más promisorias, han estado marcadas por el pesimismo de la voluntad, no por la alegría del triunfo ante el equipo que siempre nos da alegrías cuando le gana el Barça.

Vivimos la penuria del silencio, disfrazado de gritos y de lágrimas, que sobre todo protagoniza ahora, como si se le hubiera paralizado el lagrimal, el presidente Laporta. Ahora ha de alzarse alguien, a su lado, o él mismo, para decir exactamente qué hay de lo que se dice; si no sabe decirlo, que lo mande a decir, y si esto lo dice alguien de prestigio singular, capaz de decir y no de susurrar, de explicar y no de acusar, la vida del Barça vivirá por lo menos momentos de mayor dignificación.

Este es un tiempo muy grave, no es cualquier escarceo de los que no quieren, u odian, al Barcelona. Los que no se explican, los que no son capaces de decirlo todo, hasta que todo sea exactamente todo, son los que están poniendo en peligro la supervivencia de un prestigio, sentimental, futbolístico, histórico, que ahora está perdido entre el silencio y el grito, siendo ambas tentaciones maneras de dejar al garete lo que más queremos del equipo bajo sospecha: la alegría de su fútbol. 

Que hable Xavi, por lo menos, que es el que en el campo ha demostrado que se puede superar el llanto gracias a la herencia que él mismo representa: el juego.  

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