Artículo de Albert Soler

Tamames y la guerra nuestra de cada día

Ni la Guerra Civil ni los muertos le importan a la España real, que es la que se halla extramuros del Congreso. Ni siquiera importa Franco

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Albert Soler

Albert Soler

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Ramón Tamames ya sabía que no iba a ser presidente del Gobierno, si subió a la tarima fue por nostalgia de sus tiempos de profesor. El hombre tenía ganas de impartir lecciones, no solo a Pedro Sánchez y adláteres, también a todos los españoles. Antes escribía libros sobre economía que leía mucha gente, pero eso no tiene comparación con salir cada día en televisión y en todos los periódicos. Eso en España solo se consigue de tres formas: siendo candidato a presidente, siendo una ministra de Igualdad que logra rebajas de penas para los agresores sexuales o siendo Shakira. En vista de que lo segundo no está a su alcance por falta de imbecilidad, y lo tercero por falta de movimiento de caderas, Tamames optó por lo primero. Alumno aplicado como soy, tomé apuntes, de entre los cuales destaco que “en una guerra civil no hay solamente un bando bueno y uno malo”. Yo añadiría que “empieza a importarnos un bledo la Guerra Civil”, aunque dicho desde la tribuna del Congreso, igual queda feo.

Apenas queda nadie que luchara en la guerra y los que quedan ya son centenarios y no están por monsergas. Les preocupa más tener que pedir cita previa por Internet para cualquier asunto menor que la famosa memoria histórica. A ciertas edades la memoria que a uno le inquieta es la que va perdiendo inexorablemente, y que le den morcilla a la historia. Yo, como dijo alguien sobre la cultura y una pistola, cada vez que escucho las palabras memoria histórica, echo mano a la cerveza.

Me sorprenden quienes insisten en hallar lo que quede de un abuelo al que jamás conocieron, y más aún que se emocionen si alguien les asegura que ese par de fémures pertenecen al yayo, que murió hace casi 90 años. A mí me dicen hoy que el abuelo al que no conocí está enterrado en no sé qué cuneta, y ni loco se me ocurre ir a exhumarlo, y menos tal como se ha puesto el precio de los entierros hoy en día. A ver qué hago con sus restos. Me dan a mí los huesos del que -dicen- es mi abuelo, y me meten en un problema económico, ya me veo buscando otra cuneta donde soterrarlo, y encima hoy están todas asfaltadas.

No voy a sugerir que la Guerra Civil deba olvidarse, que hay muchos chiringuitos que dependen de ella y unos cuantos sueldos que se distribuyen gracias a recordarla. Pero puestos a sacarle rédito, podría pensarse en algo más original que repartir culpas y escarbar cunetas. Si se escenifican batallas de la guerra civil de Estados Unidos e incluso de las guerras napoleónicas, bien puede hacerse lo mismo con la nuestra, y rememorar la batalla del Ebro disfrazados de rojos, de nacionales e incluso -de forma que ni mujeres ni inmigrantes se sientan excluidos- de milicianas y de Guardia Mora, mucho más divertido eso que continuar buscando cadáveres.

Ni la guerra ni los muertos le importan a la España real, que es la que se halla extramuros del Congreso. Ni siquiera importa Franco. En mi última visita a Madrid me acerqué hasta el cementerio del Pardo para ver su tumba, pensando que estaría lleno de nostálgicos. El camposanto estaba desierto, no había más que un barrendero municipal limpiando de hojas las tumbas. Le pregunté si la tumba de Franco -y señora, que descansan juntos- recibía muchas visitas:

-Nah, cuatro mataos de vez en cuando -me respondió, barre que barre.

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