Emmanuel Macron y 'les enfants de la patrie'
El rey Carlos III pospone la visita a una Francia convulsa
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Cada vez que hablan de Carlos III, antes pienso en el coñac de la destilería Osborne, rey de las barras ochenteras, alma espirituosa de los carajillos más señoriales de entonces, que en su majestad británica, el primogénito de la fallecida Isabel II. Falta de costumbre, quizá. El caso es que el soberano con nombre de brandy y la reina consorte Camila, de común acuerdo con el Elíseo, se han visto obligados a suspender el viaje a una Francia en convulsión tras la reforma de las pensiones, que alarga hasta los 64 años la hora de la jubilación. La visita, que empezaba el domingo, no pintaba nada bien: los huelguistas se negaban a colocar las alfombras rojas. Y con el país patas arriba, habría resultado escasamente fotogénico un banquete en el palacio de Versalles, la morada de Luis XVI y María Antonieta, la misma que despachó la penuria de pan con un frívolo «pues que coman pasteles» (al parecer, la frase es más falsa que un duro sevillano).
EL ESPÍRITU DE LA GUILLOTINA
Casi 500 detenidos y 440 policías heridos. Solo en la ciudad de París, se produjeron 900 incendios de mobiliario urbano o basura durante la noche del jueves. «Las barreras ardían. Lo que arde proyecta sobre lo que nos rodea algo fascinante. Bailamos en torno al mundo que se trastorna, la mirada se pierde en el fuego. Somos paja», escribe Éric Vuillard en ‘14 de julio’, esa estupenda novela sobre la toma de la Bastilla. Los franceses son peleones, como si llevaran grabado el espíritu de la guillotina en el genoma mitocondrial.
La cojas por donde la cojas, la reforma de las pensiones duele, aun cuando se trata de un proceso inevitable para financiar la inminente jubilación de los ‘baby boomers’. Pero Macron va más sobrado de arrogancia que de cintura. Entrevistado en la tele pública el miércoles, tuvo a bien comparar a los manifestantes franceses con los bolsonaristas y las hordas que asaltaron el Capitolio.
EL EPISODIO DEL RELOJ
En esa misma entrevista, en riguroso directo, el presidente francés se quitó, bajo la mesa y con disimulo, un reloj de la marca Bell & Ross. Al parecer, se desembarazó del adminículo por el ruido que causaba al golpear contra la mesa, pero enseguida las redes se incendiaron especulando con el precio del lujoso capricho. Macron no parece captar ‘l’air du temps’. Su desliz retrotrae de nuevo a los tiempos de la inopia versallesca: cuentan que en palacio había cuatro relojeros de cámara, uno de los cuales tenía como única misión en la vida dar cuerda al reloj de bolsillo de Luis XVI por las mañanas. ‘Mon dieu’
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