APUNTE
La defensa simbólica de Guardiola
Albert Guasch
Periodista
En medio de las turbulencias del caso Negreira, que han arrastrado la reputación del FC Barcelona a un paisaje apocalíptico similar a los que se ven en The Last of Us, apareció en el palco del Camp Nou la figura intachable de Pep Guardiola, seguramente la personalidad viva o muerta del barcelonismo con más 'autoritas'. Generalmente, en sus visitas al Estadi como espectador, ha ocupado su asiento de socio, al lado de los suyos, esquivando cualquier interpretación partidista que pudiera suscitar su presencia en la zona noble.
Esta vez, en un duelo contra el Madrid cargado de pólvora extradeportiva, con los títulos del club cuestionados desde algunos centros de poder, Guardiola aceptó la invitación y se sentó en el corazón del Camp Nou sin complejos. A riesgo de hacer una interpretación exagerada de su tiempo de ocio, uno se atreve a leer su presencia como una forma de ratificar su orgullo barcelonista y de defender a la entidad en un momento en que se necesita que lo hagan celebridades pulcras.
De algún modo, la presencia de Guardiola sirve para recordar que en los tiempos institucionalmente más tumultuosos, los entrenadores emergen como escudos simbólicos. El fútbol es de los futbolistas, pero el Barça ha tenido la suerte de contar con técnicos carismáticos que sobresalen de los contornos del juego y, a veces, ocupan el espacio de referencia social que se le presupone a la entidad azulgrana.
Xavi, a su estilo, en su dimensión, tiene las aptitudes para elevarse del banquillo como antes han hecho Cruyff y Guardiola. Posee una conexión con la grada muy potente, como se constata con las asistencias en el estadio, y su lenguaje, menos barroco que el holandés y menos sofisticado que el de Santpedor, llega directo al socio.
Para hacerse grande necesita ganar muchos títulos, es evidente, fortalecerse ante la presión y redondear su propuesta de juego, pero el formidable espíritu combativo del equipo es ahora una señal de identidad que le permite encarar la Liga. «Ya es hora de valorar a estos jugadores», reivindicó Xavi. Ellos, y el mismo entrenador, son la tabla de salvación emocional de la grada en medio de la charca de mugre ética. No es poca cosa.
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