Desperfectos

Los cristales rotos del 'procés'

Lo que se buscaba no era un uso más amplio del catalán como lengua de comunicación y cultura sino la elisión de la lengua castellana. Estos cristales rotos no se reponen de un día para otro y mucho menos en una sociedad que se abstiene y duda

Concentración en la plaza San Jaume a favor de la inmersión lingüística

Concentración en la plaza San Jaume a favor de la inmersión lingüística / periodico

Valentí Puig

Valentí Puig

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El 'posprocés' no va a transformar Catalunya en un oasis, de un día para otro. Han quedado no pocas ventanas rotas. La gentrificación del 'procés' solo sería posible si sus protagonistas de alguna manera reconociesen que después del intento de secesión hay más cristales rotos que antes. Dicho de otro modo: la gentrificación 'posprocés' es el retorno explícito y creíble al institucionalismo autonomista. Esa es la ejemplaridad consecuente de Josep Tarradellas.

El deterioro institucional de Catalunya fue el deseo oscuro de quienes desde el nacionalismo irreal pretendían sustituir todo lo que representó la Mancomunitat de Prat de la Riba, la 'senyera', el catalanismo hispánico, el retorno de Tarradellas o el Estatut constitucional de 1979. Para la sociedad, aquel 1979 tenía más certidumbres que este 2023. El independentismo no va favor de una idea de Catalunya, sino en contra de cualquier otra. Mientras tanto, Madrid ha adelantado a Catalunya como economía puntera. Los cristales rotos de 'procés' llevaron a no pocas empresas a deslocalizarse. La inseguridad y la presión fiscal ahuyentan a los inversores. Incluso la cultura sale perdiendo: hay una distancia entre la obra de la Fundación March en Madrid y Òmnium Cultural en Barcelona. Málaga supera a Barcelona en captación de valor cultural. Una Barcelona con tanto derrame de energía pierde nivel cualitativo como imán económico y escenario cultural. El PIB por habitante padece. Más deuda pública.

Después de los desastres del “procés”, acudir a la célebre teoría de las ventanas rotas puede esclarecer relaciones de causa y efecto. Hace unos 40 años, el sociólogo James Q. Wilson argumentó que, si en una comunidad no se reparan los cristales rotos, hay más probabilidades de que esos cristales no se repongan y que el contagio del deterioro aumente, incluso favoreciendo un hábitat para el delito menor. Existe el efecto negativo del 'grafitti' en el mobiliario urbano. Se produce así un deslizamiento hacia el desorden y la desvinculación, un deterioro social que se hace crónico. Aquellas zonas acaban siendo más inseguras que antes.

Aceptar el dogma de la inmersión lingüística ha sido otra pieza clave en la alteración de la convivencia en Catalunya. Hace sospechar que lo que se buscaba no era un uso más amplio del catalán como lengua de comunicación y cultura sino la elisión de la lengua castellana como componente natural de la vida en Catalunya. Se quiso negar, con tanta coerción como torpeza, que en Catalunya ha habido y hay -por lo menos- tantos buenos escritores en catalán como en castellano. Estos cristales rotos no se reponen de un día para otro y mucho menos en una sociedad que se abstiene y duda. El ciudadano vacila cuando pierde confianza en sí mismo y en los demás.

También se puede aventurar que quien haya contribuido a la intemperie institucional de las ventanas rotas ahora no es exactamente la mejor opción para restablecer la confianza en una Barcelona en la que Ada Colau todavía rompe cristales. Tras el Palau de la Música o la familia Pujol, el Barça comprador de arbitrajes se añade al museo de las anomalías. Incluso es incierto que las elecciones municipales en Barcelona vayan a reparar las ventanas rotas.