Sugestión
Al día siguiente fui al centro a hacer unas compras y vi entrar en una librería al supuestamente fallecido. Lo seguí con disimulo para ver si se le notaba algo raro
Juan José Millás
Escritor.
Juan José Millás
En una cena de amigos salió a relucir el nombre de un escritor del que no se sabía nada desde hacía tiempo. Uno de los asistentes aseguró que había muerto.
–No me suena –dije yo.
–A mí tampoco –intervino otro de los invitados.
En eso, nos sirvieron el segundo plato y cambiamos de conversación.
Al día siguiente fui al centro a hacer unas compras y vi entrar en una librería al supuestamente fallecido. Lo seguí con disimulo para ver si se le notaba algo raro, pero actuaba con normalidad. Tras dar un par de vueltas echando un vistazo a las novedades editoriales, se dirigió a la zona en la que se exponía el fondo y buscó un libro suyo del que leyó las primeras páginas. Luego lo devolvió a su sitio con una expresión de dolor cuyo significado no supe descifrar. Era evidente que seguía vivo, pero el hecho de haber pensado durante unas horas en él como si estuviera muerto me obligaba continuar viéndolo como un cadáver. Pura sugestión, desde luego, pero una sugestión de tal naturaleza que me proporcionó el sentimiento de estar viviendo una extraña aventura. De entre todas las personas que damos vueltas por la librería, me dije, solamente yo conozco su verdadera condición. Era posible que las demás ni lo vieran, pues se cruzaban con él, atravesándolo casi, sin volver la mirada.
Cuando abandonó el establecimiento, me hice el encontradizo y sentí un escalofrío al estrechar su mano. Poseía, o eso me pareció, una rigidez espantosa y estaba fría como el tronco de una merluza.
–Ayer, precisamente, estuvimos hablando de ti –le dije.
–Hacía tanto tiempo que no nos veíamos que pensaríais que me había muerto –respondió él con una sonrisa nostálgica.
–¡No, no! –me apresuré a negar–. Nos preguntábamos si seguías en Madrid.
Nos despedimos enseguida porque aseguró tener prisa. Cuando llegué a casa, telefoneé a los amigos de la cena para confirmarles que Ricardo (nombre supuesto) había fallecido. A ninguno le extrañó, aunque luego me pregunté si, como en aquella famosa película, los muertos no seríamos nosotros.
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