Fallecido a los 80 años

Pedro Solbes, el Estado

Dirigió la economía española con Felipe González y con Zapatero. Negoció la entrada de España en la UE y fue comisario en Bruselas cuando el nacimiento del euro

Pedro Solbes

Pedro Solbes / José Oliva / Europa Press

Joan Tapia

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Dicen que en España el Estado reposaba en los Abogados del Estado, un cuerpo de altos funcionarios seleccionados por una difícil oposición. Y el crecimiento económico posterior al Plan de Estabilización de 1959 y la política económica de la democracia son muy tributarios del cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado (luego fusionado con los Economistas del Estado). Pedro Solbes, nacido en El Pinoso (Alicante) en 1942 se trasladó a un colegio mayor de Madrid cuando entró en la Universidad y ya muy joven (24 años) ingresó en este cuerpo de élite cuyo miembro más insigne ha sido Luis Ángel Rojo, también catedrático de Teoría Económica (keynesiano) y luego gobernador del Banco de España, el que expropió el Banesto de Mario Conde.

Conocí a Solbes en el Ministerio de Hacienda de Miguel Boyer en el primer Gobierno de Felipe González. Solbes había colaborado con Juan Antonio García Díez, el vicepresidente económico de Calvo-Sotelo, que se lo recomendó a Boyer: “Es el español que más sabe de Europa”. Boyer le nombró secretario general técnico de su superministerio y Solbes tuvo un papel relevante en la negociación para la entrada en el Mercado Común. En aquellos años 1983-85 le traté bastante y observé que Boyer tenía muy en cuenta sus consejos, siempre basados más en el conocimiento que en opiniones. Pero Boyer dimitió (Felipe González no quiso prescindir de Alfonso Guerra) y Solbes fue nombrado secretario de Estado de Relaciones con Europa para preparar la inminente entrada en la UE. En 1991 fue ministro de Agricultura y en el 93 se hizo cargo del difícil relevo de Carlos Solchaga que ya llevaba ocho años al frente de la economía. Y allí vivió desde el puesto de mando su primer choque con una crisis seria.

Tres años después de la victoria del PP, en 1999, fue nombrado comisario en Bruselas por el Gobierno de Aznar a propuesta socialista. Felipe González inició la práctica de que cada uno de los dos grandes partidos nombrara a un comisario cuando en 1986 designó a Abel Matutes. Estuvo allí en el nacimiento del euro y luego, cuando Zapatero ganó las elecciones de 2003, le nombró vicepresidente económico para tranquilizar a los medios empresariales españoles e internacionales alarmados por el choque con los Estados Unidos de Bush hijo por la segunda guerra de Irak. Solbes no era un hombre de Zapatero, pero la colaboración funcionó hasta que la crisis del 2008 agudizó las diferencias. El optimismo impenitente de Zapatero (hemos superado a Italia, ahora vamos por Francia) casaba mal con la frialdad de Solbes que habría tomado medidas de rigor antes de que fueran imprescindibles y Elena Salgado, su sucesora, las tuviera que adoptar en catástrofe.

Poco después Solbes se retiró de la vida pública en la que sin ser un hombre del PSOE (fue diputado, pero no creo que militante) estuvo muchos años por sus conocimientos económicos y europeos y porque Felipe González y Miguel Boyer creyeron que los socialistas no podrían gobernar bien sin contar con los tecnócratas más preparados. Y Solbes era más que un político un tecnócrata solvente que normalmente se sentía bien con la socialdemocracia.

Pero era un alto funcionario del Estado y, por ejemplo, acogió francamente mal el Estatut de 2006 y, aunque vicepresidente, decía en privado que era un gran error. Y tampoco creyó que hacer de España un país europeo obligara a una televisión pública de calidad. Demasiado realista, creía que en España intentar hacer algo parecido a la BBC sería tirar dinero. La prioridad era recortar el coste de TVE.

Solbes fue clave para gestionar la economía en el último gobierno de González y en el de Zapatero hasta que la crisis de 2008 se llevó todo por delante. Y también tuvo un papel muy relevante y positivo en la integración en Europa. Los tecnócratas tienen ventajas sobre los políticos puros (son menos pasionales), pero también limitaciones. En política los números fríos no pueden olvidarse nunca, pero son los sentimientos los que más mueven las voluntades y los votos.

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