Agua corriente
La mancha roja y y la navaja
Muérete, no eres como yo
La nieta y la luz
El amigo alienígena
Esta semana, la escritora Emma Riverola aborda desde la ficción el impacto que la agresión grupal a la niña de Badalona puede tener en otras menores
Emma Riverola
Escritora
La niña calló y se comió el dolor y el miedo. Cuando se descubrió su secreto, el dolor y el miedo se adueñaron de su familia. Se extendieron como un enjambre de avispas rabiosas, prestas a inocular su veneno. O asestar sus puñaladas. Cuando los demás supimos, contuvimos el aliento, nos llevamos las manos en la cabeza. ¿Cómo era posible? ¿Una niña de once años? ¿Violada por seis menores de edad? ¿Y el hermano amenazado de muerte? ¿La familia entera intimidada?
Ella también tiene once años. O diez. O doce. Es buena estudiante, o se le ha atragantado el curso. Le encanta la moda, o le tiene sin cuidado. Quiere ser Rihanna o Alexia Putellas. Influencer o abogada. Tanto da si es alta o baja, rubia o morena, lo que importa es que a ella se le ha despertado un miedo que aún no sabe entender muy bien. Puede oírlo, incluso. Es un zumbido.
A veces, lo siente tan próximo que se defendería de él a manotazos. Aquí y allá. Espantarlas, por si son las avispas. Evitar que los aguijones se le claven en la piel. Tiene que estar alerta, se repite. Prepararse para huir, si hace falta. Pero teme que sus piernas no le respondan, que no sean ni tan fuertes ni tan ágiles. Cuando llega a casa, suelta la mochila nada más cruzar el umbral. Su madre la regaña, claro. Y ella no sabe explicarle que es el enjambre lo que trata de alejar de sí misma.
Preguntas y respuestas
Quizá ha visto el vídeo de la agresión, quizá no. Pero saber, sabe. Y se ha hecho todas las preguntas. El problema es que se le nublan las respuestas. ¿Y si ella es la próxima? Primero llega el terror, y después vienen las dudas, esas que nunca deberían plantearse. Porque huelen a tiempos pretéritos, a mancha roja, navaja y gritos que se ahogan bajo paletadas de vergüenza.
El ¿es como un cuento desplegable, solo que este no tiene un final feliz. No esconde sorpresas divertidas ni tesoros perdidos. No hay magia ni sortilegios, solo un temor que recorre su cuerpo y que se derrama sobre todo lo que quiere. Y eso no. Porque si el enjambre también ataca a su familia, entonces, ¿quién la sostendrá a ella?
Lo ha hablado con su mejor amiga. También ella tiene miedo. También ella se pregunta qué haría. Porque cuando todo es incomprensible, nada es obvio ni fácil. Y quizá taparse los ojos es un modo de que nadie sepa, de engañarse, como cuando eran niñas pequeñas, hace dos días. Pero se le hace extraño. No se imagina ahogando la llamada.
Las cuatro letras mágicas
¡Mamá! es la voz que surge cuando las noches se pueblan de monstruos, cuando una ola llega demasiado fuerte o el salto aterriza de mala manera. Es el botón del pánico, la llamada de emergencia. Son las cuatro letras mágicas que aprendemos antes de empezar a andar, las que gritan los soldados agonizantes en el campo de batalla. Y, aun así, la niña se plantea callarlas.
Callar para convertirse ella misma en trinchera, en dique de contención. Para que, si las avispas la alcancen, el enjambre no se haga dueño de la casa, para que el aleteo no ennegrezca las paredes ni emponzoñe el aire. Para que nadie de los suyos reciba amenazas ni se lamenten ni clamen al cielo. Callar porque hay herencias que ella desconoce, pero que tiene pegadas a la piel nada más nacer. Penas que se llevan incluso sin saber que se cargan, que no pueden soltarse como la mochila al llegar a casa.
No, ella no sabe que sus dudas son antiguas y están ahítas de llantos callados y palabras atragantadas. Ríos de tinta y sangre han provocado. Calla, mujer, que si hablas es peor. No traigas la vergüenza a esta casa. La mujer maldita, deshonrada, mancillada. “¡Nadie diga nada! ¡Ella ha muerto virgen!”, exclama Bernarda Alba, preocupada por la virginidad perdida más que por el suicidio de su hija.
Cuando la niña habló, un enjambre de miedo y dolor se apoderó de su familia. Un zumbido que acoge clamorosos fracasos sociales, políticos y pedagógicos. Un ruido que solo los adultos podemos, debemos detener. Para que callen la mancha la roja y la navaja, y solo ellas. Para que ninguna niña vuelva a pensar que el silencio es su única protección.
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