La hoguera | Artículo de Juan Soto Ivars

Corrigen a Ursula K. Le Guin

La opción de eliminar o sustituir siempre había estado ahí, pero un buen editor consideraba más enriquecedora la explicación

Un niño lee un libro tumbado en el suelo.

Un niño lee un libro tumbado en el suelo.

Juan Soto Ivars

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Theo Downes-Le Guin, hijo y albacea de Ursula K. Le Guin, ha publicado un artículo en 'Literary Hub' donde justifica la supresión de algunas palabras de las obras infantiles de su madre, tal como se hizo recientemente con 'Matilda' y 'Charlie y la fábrica de chocolate' de Roald Dahl, las novelas de Ian Fleming protagonizadas por James Bond y, hace ya unos pocos años, las de 'Los cinco' de Enid Blyton. Bueno, y a saber cuántos libros más, ¡uno no consigue enterarse de todo!

El hijo de Le Guin dice que recibió una nota del editor, que se disponía a reimprimir las novelas, en estos términos: “Le escribo para proponer varios cambios menores en el idioma y eliminar palabras que ahora tienen una connotación diferente a la que tenían cuando los libros se publicaron originalmente”. Las palabras eran 'lame' (cojo), 'queer' (rarito), 'dumb' (tonto) y 'stupid' (estúpido). El empresario pedía permiso al heredero, y este se lo concedió. Cuestiones de pasta, supongo.

Veamos. Primero extraña la mentira del editor para suprimir las palabras. De las eliminadas, la única que tiene hoy una connotación diferente es 'queer', que ya no se entiende como “rarito”, sino que da nombre a una teoría del género y a la tribu urbana que se guía por ella. Dicho de otra forma, igual de cojos, tontos y estúpidos son los personajes cojos, tontos y estúpidos de una novela publicada hoy que en 1970, 1834 o 1616

No, esos términos no están connotados de otra forma, ni son más difíciles de entender, sino que están bajo arresto domiciliario por agentes empecinados en separar a los niños de la realidad mientras dure su formación, y en tratar luego a los adultos como niños que no pueden decir tacos. Me da que son capaces de decirle a un niño que ha perdido la pierna que en realidad la tiene, pero solo se ve con los ojos del corazón.

Por otra parte, es curioso que el editor de Le Guin, y tantos otros, hayan olvidado aquella vieja herramienta, el asterisco y la nota al pie, que siempre fue capaz de explicar a cualquier lector contextos culturales ajenos o usos extraños de palabras. La opción de eliminar o sustituir siempre había estado ahí, de hecho, pero un buen editor consideraba más enriquecedora la explicación. Hoy tienen pavor a explicar, pero les da todavía más miedo tener que dar explicaciones si cualquier indocumentado se les queja porque ha leído vaya usted a saber el qué. ¡En fin!

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