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China aterriza en Oriente Próximo

El asesor de seguridad saudí Musaad bin Mohammed Al Aiban estrecha la mano al secretario del Consejo de Seguridad Nacional iraní, Ali Shamkhani, en presencia del director de la oficina de la Comisión de Asuntos Exteriores Wang Yi, el pasado 10 de marzo en Pekín.

El asesor de seguridad saudí Musaad bin Mohammed Al Aiban estrecha la mano al secretario del Consejo de Seguridad Nacional iraní, Ali Shamkhani, en presencia del director de la oficina de la Comisión de Asuntos Exteriores Wang Yi, el pasado 10 de marzo en Pekín. / CHINA DAILY / REUTERS

Albert Garrido

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China llena a toda prisa el vacío político dejado en Oriente Próximo por Estados Unidos, cuya retirada de la región se hizo patente durante la presidencia de Barack Obama y fue todavía más evidente durante la presidencia de Donald Trump. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí, logrado por la diplomacia de Pekín siete años después de la ruptura y anunciado el día 10, cambia por completo la configuración de las grandes líneas de fuerza en la región, diseñadas durante decenios por la Casa Blanca. Como ha escrito Alain Frachon en Le Monde, China se adentra por “territorios que apenas ha frecuentado” y se convierte en la potencia más influyente en la gestión, quizá pacificación, de viejos conflictos enquistados: Siria, Líbano y Yemen. Y cambia por completo el enfoque de las conversaciones entre Estados Unidos e Irán, largamente estancadas, relativas al programa nuclear iraní, próximo a lograr uranio enriquecido al 90%.

Se repite en ese entorno lo sucedido con anterioridad en el Sahel, donde Rusia ha asumido el papel desempeñado hasta ahora por Francia en Níger y Mali en el combate contra la expansión del yihadismo. Como sucede en la naturaleza con gran frecuencia, cuando un nicho ecológico queda vacío una especie oportunista aprovecha el momento para ocuparlo; como sucede también en la naturaleza, la especia que lo abandonó se debilita en igual o mayor medida que se refuerza la que se hizo con él. Esa dinámica de sustitución tendrá continuidad en la cumbre que antes de final de año celebrará China con los seis integrantes del Consejo de Cooperación del Golfo con la previsible intención de firmar acuerdos de larga duración para el suministro de petróleo y gas.

Las opiniones más optimistas presentan el final de la disputa iranio-saudí por imponerse en la región como una buena noticia para la seguridad, en general, y más específicamente para Israel. Pero en el Gobierno de Binyamin Netanyahu han proliferado las dudas sobre el coste que en materia de seguridad puede tener el control chino sobre el comportamiento de los ayatolás. Lo que esperaba el primer ministro de Israel era que Arabia Saudí diera por fin el paso de acordar relaciones diplomáticas, pero ahora cree que se debilita su posición con la intromisión de China, implicada en las crisis del vecindario a través del vínculo iraní con Hizbulá, pieza de apoyo fundamental del presidente sirio Bashar al Asad, y en la guerra civil del Yemen, donde el régimen iraní apoya a la comunidad hutí.

Entre los pesimistas está muy extendida la impresión de que Irán se siente poco menos que con las manos libres para llevar el programa nuclear hasta el final. En cambio, analistas como Ian Bremmer creen adivinar que la normalización de relaciones Riad-Teherán animará a los ayatolás a moderar su propósito de disponer de armamento nuclear. Lo cierto es que la presidencia de Joe Biden ha sido hasta la fecha incapaz de reverdecer el acuerdo de 2015 con Irán. Sea por la tensión creciente entre las grandes potencias, sea por la desconfianza iraní desde que Donald Trump canceló el acuerdo, lo cierto es que la nuclearización no ha dejado de progresar y quizá sea la mediación china la que permita encauzar el problema y, de paso, preservar los estándares de seguridad a los que aspira Israel.

En cualquier caso, el éxito diplomático de China en Oriente Próximo es un hecho. Movida por un pragmatismo sin fisuras, la estrategia de Xi Jinping, contenida en su Iniciativa de Seguridad Global, da un valor secundario, si es que alguno le da, a la confrontación ideológica, a las rivalidades religiosas -sunís frente a chiís y viceversa- y a los agravios históricos, y se afana en garantizar la buena marcha de los negocios, las facilidades para invertir y comerciar. Un artículo publicado en el periódico China Daily detalla los atributos del país para influir como uno de los actores principales de un nuevo multilateralismo: “China tiene capacidad para desempeñar este papel ya que es la segunda economía del mundo, el mayor socio comercial de más de 120 países, ha crecido en fuerza nacional y es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”. La mención de su status en la ONU no es gratuita: subraya que puede neutralizar cualquier descalificación de sus planes a escala mundial.

Henry Kissinger argumentó en 2011, en el libro On China (Sobre China), la necesidad de que Estados Unidos buscara una asociación estable con el gigante asiático para “evitar el duelo del siglo”. Tal asociación debía incluir la articulación de una comunidad del Pacífico para lograr el equilibrio estratégico en la región y evitar así en ella espacios de confrontación y, fuera de ella, una competición descarnada por ser la potencia dominante. Pero nada de eso ha sucedido, y el factor chino, presente en todas partes, se ajusta al diagnóstico de Mateo Madridejos al principio de su libro de 2021 El siglo de Asia: el traslado de la primacía política a la cuenca del Pacífico es el factor distintivo de la última década. Lo que es tanto como decir que nada es posible sin contar con China, sin admitir que nada de lo que sucede más allá de sus fronteras le es ajeno. Y su papel en la gestión de las grandes crisis resulta cada día más relevante.

Sobran las razones para suponer que la mediación de China en Oriente Próxima no será la última ocasión en que veamos a sus diplomáticos en tales menesteres. La gran incógnita que persiste es cuál es en verdad la disposición de Pekín para ser tan determinante e influyente en la resolución de un conflicto cuando, como en Ucrania, tiene enfrente a Rusia y su programa expansionista. La única certidumbre es que ningún desenlace de la guerra, sea este el que sea, tendrá consistencia si se formula a espaldas de China o se pretende que tenga en él un papel secundario. La Iniciativa de Seguridad Global es bastante más que una mera declaración de intenciones.

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