Lo que nunca sabrá Maragall
Algunas sedes de ERC han aparecido empapeladas con carteles de vergüenza. El alcalde olímpico jamás sabrá que la política de la infamia sigue engendrando hijos
Emma Riverola
Escritora
Octubre de 2007, recinto del Hospital de Sant Pau, en Barcelona. Ante una nube de periodistas y acompañado de su mujer, Diana Garrigosa, el que fuera alcalde de Barcelona y 'president' de la Generalitat comunicaba que tenía alzhéimer. “En los últimos tiempos se han extendido rumores, a veces interesados y no siempre con afán científico”, pronunció Pasqual Maragall. Tenía entonces 66 años. Como más tarde relataría en su biografía ‘Oda inacabada’ (RBA, 2008), con el anuncio pretendía que ni él ni su mujer revivieran la campaña sobre su presunto alcoholismo.
El rumor se extendió con virulencia. Las primeras señales aparecieron en 1983. Durante los diez años siguientes, pocos barceloneses no oyeron hablar del ‘alcalde borracho’. La mala dicción del político, su aspecto desaliñado y su despreocupación inicial por los temas de protocolo, favorecían la leyenda. Como señalan Luis Mauri y Lluís Uría en ‘La gota malaya’ (Península, 1998), los socialistas situaron el inicio del rumor en el área municipal de sanidad, uno de los colectivos que había encajado peor la reforma administrativa impulsada por Maragall. Pero su extensión sistematizada apuntaba “a algunos cuadros intermedios del aparato convergente y a su rama juvenil, la Joventut Nacionalista de Catalunya”. No solo las paredes y cabinas telefónicas lucían la leyenda ‘Maragall, borracho’, también en los mítines de CiU las referencias eran constantes. El candidato nacionalista a la alcaldía en 1987, Josep Maria Cullell, insistía en la idea de que el alcalde carecía de la serenidad necesaria para ejercer su cargo. Garrigosa nunca perdonaría a su viejo amigo Miquel Roca que no cortara en seco la insidia en sus filas. La calumnia galopó sola y protagonizó innumerables gags humorísticos en la radio, la televisión y el teatro. Solo el éxito olímpico consiguió empezar a diluir la campaña de desprestigio político.
Tanto tiempo después, algunas sedes de ERC han aparecido empapeladas con nuevos carteles de vergüenza. Pasqual Maragall en primer plano. Tras él: su hermano Ernest, candidato republicano a la alcaldía. “Fuera el Alzhéimer de Barcelona”, escupe el titular. Esta vez, la campaña de desprestigio alcanza un límite de crueldad difícilmente superable. Una burla, una afrenta insoportable a los familiares del alcalde olímpico, pero, también, contra todas las personas que, directa o indirectamente, sufren el alzhéimer. Pasqual Maragall quiso evitar que se difundieran los rumores, nunca sabrá que la política de la infamia sigue engendrando hijos.
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