BLOGLOBAL

Erosión acelerada del pacto social

Imagen de la manifestación de este martes en París en contra de la reforma de las pensiones que plantea el Gobienro de Macron.

Imagen de la manifestación de este martes en París en contra de la reforma de las pensiones que plantea el Gobienro de Macron. / ALAIN JOCARD / AFP

Albert Garrido

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La erosión del pacto social sobre el que se asienta el Estado del bienestar progresa mientras la economía global parece cada día más incapaz de renovarlo con reglas actualizadas para que siga siendo viable. La multiplicación de episodios de tensión social extrema en diferentes lugares de Europa y la imposibilidad de que sus requisitos impregnen el marco económico-social de los socios más recientes de la UE no son más que la prueba fehaciente de que algo funciona progresivamente peor. Al mismo tiempo, el desajuste del sistema procura a la extrema derecha nuevos adeptos, aunque su adhesión con el compromiso social sea, por lo menos, discutible, o aleja de la política a una parte importante de sociedades defraudadas con el desarrollo de los acontecimientos a partir de la crisis financiera desencadenada en el bienio 2007-2008.

Basta repasar la crónica de las últimas semanas para comprender que es un hecho el desgaste del modelo social articulado para rescatar a Europa occidental de la herencia en ruinas dejada por la Segunda Guerra Mundial. Las huelgas en Francia, las dificultades para sostener la sanidad universal, las consecuencias de la austeridad aplicada por el Gobierno conservador en el Reino Unido, las dudas sobre la viabilidad de los instrumentos de protección en todas partes, la combinación asfixiante de una inflación desbocada y una subida de los tipos de interés, y la presión de los teóricos de un liberalismo sin frenos han dejado inermes a una parte importante de los ciudadanos europeos.

Los análisis de la situación oscilan entre la necesidad imperiosa de disponer de nuevas herramientas de diagnóstico para que gobiernos, grandes empresas e inversores a largo plazo puedan tomar decisiones razonablemente seguras y los que concluyen, así desde el conservadurismo extremo y desde la nueva izquierda, que el modelo está agotado y necesita una refundación, de perfil radicalmente diferente a cada lado de la divisoria. El nobel Paul Krugman cree, en cambio, que es imperioso ocupar la próxima década en abordar los dos mayores retos del momento, el cambio climático y el aumento de las desigualdades, para evitar “un desastre de proporciones grandísimas”. En su opinión, nada puede mejorar la situación actual sin hacer frente a esos dos desafíos porque de ellos dependen la salud del planeta y la construcción de sistemas sociales equilibrados.

Si a los factores de desgaste o progresiva ineficacia del modelo se añaden factores específicos de cada sociedad, crece el alejamiento de la política o la desconfianza en ella. En el caso de España, la proliferación de casos de corrupción que en las últimas semanas llenan los medios con una variada selección de juicios, investigaciones en curso, sospechas e intercambio inacabable de acusaciones entre partidos no hacen más que contaminar una atmósfera envenenada por toda clase de descalificaciones. El resultado es un distanciamiento de la política porque las preocupaciones ciudadanas transitan por un camino diferente: así se explica que la preocupación mayor de los contribuyentes sea la situación de la economía y que la correspondiente a la corrupción aflorada perturbe el sueño a menos del 5% de la población, todo un síntoma.

Hace casi medio siglo, durante la campaña de la elección presidencial en Francia de 1974, Valéry Giscard d’Estaing, que venció por un pequeño margen de votos a François Mitterrand, dijo a su oponente: “Usted no tiene el monopolio del corazón”. Fue durante un debate televisado con una muy infrecuente y sólida altura intelectual. En aquellas elecciones, Jean-Marie Le Pen no pasó de ser un pintoresco candidato marginal rodeado de antiguos paracas, nostálgicos de la Argelia francesa, personajes ajenos a la discusión central del momento: quién estaba en mejores condiciones de mantener el buen estado de salud de un sistema ocupado, entre otras muchas cosas, en atender a los más vulnerables. Hoy Marine Le Pen está en condiciones de disputar la presidencia de Francia, todos los partidos tradicionales se lamen las heridas de una crisis de identidad imparable y la nueva izquierda es más ruidosa que efectiva.

La crisis del sistema de partidos es aplicable a otros países, el voto contra el gobernante más que en apoyo de una opción en concreto es cada vez más frecuente, sin que deje de crecer la abstención en muchas citas electorales; el recuerdo de un razonable futuro previsible desalienta a cuantos ven ahora el porvenir entre sombras de una densidad cada vez mayor. Se ha dicho con harta frecuencia que el hundimiento de la Unión Soviética dejó de hacer necesario el sistema de previsión social que armaron democristianos y socialdemócratas en la posguerra porque, liquidado el modelo de economía planificada y partido único, la victoria fue para los promotores de un neoliberalismo esbozado a partir de los años ochenta por Margaret Thatcher y la Administración del presidente Ronald Reagan. Lo cierto es que de aquel llamado en ocasiones capitalismo compasivo apenas quedan señales apreciables en las crisis en curso.

Cierto es que la guerra de Ucrania ha agravado la situación más halla de toda previsión posible antes del 24 de febrero de 2022, pero no lo es menos que la preocupación por el futuro es muy anterior y el coste social de la globalización, también. El profesor Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, ve en ello una oportunidad para corregir “los errores del neoliberalismo y construir un orden internacional basado en una visión de prosperidad compartida”, algo que requiere “evitar que los establishment de seguridad nacional de las principales potencias del mundo se apropien de la narrativa”. Pero esa es una condición o requisito que difícilmente se puede cumplir porque la apropiación de lo que ahora se llama el relato es esencial en la elaboración de los diagnósticos y la aplicación de soluciones. No es posible un acercamiento objetivo, sin decantación ideológica, que sistematice las causas de la crisis del pacto social y no todos los actores sociales disponen de las mismas oportunidades para dar a conocer su versión a una opinión pública acuciada por las servidumbres de la crisis misma.

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS