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Últimamente ha procreado una forma de promoción más sibilina y que nos llega a la bandeja de correo como si de hecho fuera algo personal
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Hace unos años, cuando la vida era sobre todo analógica, un amigo de Londres vivió una particular forma de acoso. Un desconocido (nunca supo quién) se dedicaba a escribir su dirección en promociones gratuitas de catálogos y ofertas. Así, poco a poco, su buzón se fue llenando de propaganda, oportunidades de viajes y folletos de supermercados. Era una forma muy fácil de molestar, porque, además de inundarle el buzón cada día, hasta el punto de que el cartero le cogió manía, sus datos quedaban en una lista y los envíos se repetían. Si quería detener aquello, pues, tenía que escribir al emisor pidiéndoselo por favor. Cuando ya se planteaba cambiar de piso, agotado, el alud se detuvo gracias a la complicidad de un nuevo cartero (que se deshacía directamente de la propaganda) y hay que suponer que el cansancio del acosador anónimo.
Ahora todo aquello suena a rémora del pasado. Incluso hemos olvidado esa voz en el interfono que decía: “Correo comercial”. La publicidad se ha convertido en un negocio digital, que además a menudo quiere envenenarnos el ordenador, y por suerte los mails no deseados y los anuncios fraudulentos van a parar todos a la carpeta de 'spam'. ¿Todos? Todos no. Últimamente ha procreado una forma de promoción más sibilina y que nos llega a la bandeja de correo como si de hecho fuera algo personal. Por un lado están las plataformas de suscripción, tipo Netflix o HBO, que te van enviando mensajes recordando que te apresures a terminar tal serie, o te recomiendan películas que ni por casualidad se ajustan a tu perfil cultural. Y después están los mensajes con encuestas de tiendas donde has comprado, de bancos que te guardan el dinero, de empresas a las que pagas por un servicio: quieren saber si estás satisfecho con el producto, que valores del 1 al 10 su rapidez, que les ayudes a mejorar. Si alguna vez les respondo, siempre pienso que mis quejas y sugerencias no llegarán a ninguna parte, con suerte al correo no deseado. Hoy somos víctimas de otro tipo de acosador anónimo, un algoritmo perverso e incansable.
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