Me aburro
Vivir bajo la demanda de un entretenimiento constante es agotador
Juan Tallón
Escritor.
Pasaron dos minutos entre que mi hija se sentó a la mesa para cenar, después de 15 llamándola, y le puse el plato delante. Debieron de ser dos minutos intolerables, tediosísimos, inhumanos, porque cuando había transcurrido solo uno, dijo con una voz realmente afligida: «Me aburro». No advertí reproche en el tono porque estuviese haciéndola esperar demasiado por la comida. Más bien pronunció «Me aburro» abrumada por el sinsentido de la existencia cuando no tienes nada que hacer, ni margen para hacerlo, y tampoco se te ocurre qué podrías hacer. «Supongo que la vida se te hace insoportable después de un minuto con los brazos cruzados, ¿no, cariño?». Me miró suspicaz, porque apenas está empezando a familiarizarse con la ironía, y sus propósitos y funcionamiento.
Los siguientes segundos fueron ridículos. «¿Qué puedo hacer, papá?», preguntó. Le propuse que hiciese ella la cena, pero me explicó que se refería a algo que le apeteciese, algo divertido, que la ilusionase. «Ah. ¿Quieres decir algo que te haga ver que la vida es maravillosa, no como esta sartén, que después tendré que fregar a mano?». No lo quiso pillar. «Si me hablas también me aburro», cortó de raíz. Quedaba perfectamente claro que a los 7 años una está ya instalada en la efervescencia, en la actividad, y si se ve obstaculizada, la interrupción genera un vacío aborrecible.
Vivir bajo la demanda de un entretenimiento constante es agotador. La diversión funciona como una droga. Gracias a estar entretenidos, felices e hiperactivos encontramos cierto sentido a la vida. Pero si de pronto no hay distracción, ni recreo, ni actividad, y todo lo que puedes hacer es esperar, la vida se te viene encima. Hace tiempo que esto ocurre también con los adultos, atrapados en una búsqueda constante del espectáculo. Pero a un niño lo entiendes, porque la edad aún no lo ha vuelto ridículo. Entiendes que aspire a no aburrirse nunca, a escapar de la gravedad del tiempo. Entiendes todo, como que, al pasar el minuto más horrible de su vida, esperando a la cena, te diga: «Esto no me gusta».
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