Patrióticos de pacotilla
Un ávido grabador de conversaciones, José Manuel Villarejo, reunió a los futuros perseguidores, muy mediocres, de eso que llaman policía patriótica. Mediocres porque más tarde no pillaron ni una urna
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Jorge Fernández Díaz siempre ha sido el hombre del PP con más información 'off'. Fue el dirigente que sobrevoló durante años sobre las diferentes familias de su partido. Las catalanas y las de Génova; desde su Gobierno Civil de Barcelona (1981) durante la UCD hasta que Rajoy lo impulsara al Ministerio del Interior (2011).
Mantiene en algún cajón mucha información sobre el 11-M, acumulada a través de contactos y de la que los populares se olvidaron a su llegada al Gobierno. Los historiadores tendrán trabajo.
Ahora se habla de los inicios de la operación Cataluña y de sus intenciones. Pero todo tuvo un tiempo. Mezclar momentos nos puede conducir a conclusiones interesadas. Por ejemplo, las famosas escuchas realizadas en La Camarga se produjeron en julio de 2010. Gobernaba en Catalunya José Montilla y en La Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero. Ya ven.
La crisis galopante que sufría el país se explicaba como “desaceleración” y los recortes más bruscos todavía estaban por llegar. CiU tenía la posibilidad de pactar con el PP, como así ocurrió durante aquellos primeros presupuestos de Artur Mas y los siguientes. La preocupación del PSC era el nacionalismo, con el que Jorge Fernández Díaz tenía una excelente relación histórica. Una 'pax' catalana. De oasis.
Nadie esperaba, a principios de 2012, un auge independentista. Sin embargo, la deuda de la Generalitat estaba desbordada y su calificación en los mercados era negativas. Buscaban financiación a través de Gobierno Rajoy. Lo intentaron. Y entonces llegó el verano de 2012 y aquel '11 de setembre'. Mas quería incrementar sus 62 diputados a una mayoría absoluta y se quedó en 50. Con subidas del PP, de Ciutadans que pasó de 3 a 9 diputados y la entrada de la CUP con 3. Se deshacía el entramado convergente, pero sin un rumbo fijo.
En este contexto, un ávido grabador de conversaciones, puede que obsesivo por el propio negocio que tenía montado, José Manuel Villarejo, reunió a los futuros perseguidores, muy mediocres, por cierto, de eso que llaman policía patriótica. Mediocres porque más tarde no pillaron ni una urna. Y ya seguiremos.
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