Desperfectos | Artículo de Valentí Puig

Corromper es muy fácil

La pizca de corrupción siempre acaba siendo un alud. Genera inseguridad jurídica, deteriora el sistema y corroe la política

Archivo - El diputado del PSOE, Juan Bernardo Fuentes, interviene en una sesión plenaria extraordinaria

Archivo - El diputado del PSOE, Juan Bernardo Fuentes, interviene en una sesión plenaria extraordinaria / A. Pérez Meca - Europa Press - Archivo

Valentí Puig

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Ya se sabe que falta severidad y meritocracia en la vida de los partidos políticos. La opinión pública se escandaliza con los timadores pero todavía hay quien dice que un poco de corrupción engrasa las poleas del sistema. En realidad, esa pizca de corrupción siempre acaba siendo un alud. Genera inseguridad jurídica, deteriora el sistema y corroe la política. Los partidos políticos acaban librándose de cada 'tito Berni' respectivo más por presión ambiental que por principio selectivo. Eso contribuye a vaciar de contenido el sistema democrático. Sin regeneración, como ocurre con tanta opinión pública 'low cost'', la clonación de Tito Berni es casi inmediata. La vida pública se desmembra. Por el contrario, más cohesión significa más lealtad a la norma y, por tanto, menos corrupción.

La presunción de inocencia no sería puesta en riesgo por el hecho de que los partidos políticos practicasen un escaneo continuo, con detectores de excrementos y ADN incivil. Ha habido personajes como 'tito Berni' en todos los partidos, de Millet a Unió Mallorquina, en el PP y PSOE, en Convergència. En todos. Incluso es formulable una especificidad de la corrupción por islas, comarcas o regiones globales. Alí Babá tendría hoy su tesoro en un 'off shore'. Cada trilero se disfraza de algoritmo. El sigilo propio del delito se abandona por el iPhone. Eso alienta el despotismo blando y la depreciación de las libertades. Corromper y corromperse es demasiado fácil

El corrupto opera en una burbuja que le parece inviolable, como una cristalización. Creerse invulnerable le hace más osado. El señuelo consiste en ofrecer una ilusoria proporción entre riesgo y beneficio. Ahí están los nuevos brujos de la política, dispuestos al tocomocho. Echan mano del dinero de los contribuyentes y se fuman un puro o se meten una raya de cocaína. Se incrustan en las costuras íntimas de un partido que no ha escrutado lo suficiente sus orígenes y trayectoria. Así, por falta de refrigeración, los partidos se anquilosan. 

Suponer que todos los políticos son iguales es un daño colateral de la corrupción. En estos casos, la ejemplaridad no es tan solo un fin, también es un método. De las instituciones se requiere la trasparencia que acaba por darles 'auctoritas' y es por eso que sin pluralismo competitivo la democracia fracasa, como es flagrante en la corrupta Rusia de Putin y en tantos puntos del planeta.

Por lo demás, no toda la culpa es de los políticos. En una política de cercanías, abundan los votantes que incluso sabiendo que el candidato es corrupto le dan su voto, como un sistema de trueque, porque prefieren un político deshonesto que es activo al redistribuir rentas y privilegios, incluso si ello implica conducta ilegal o delictiva. Se le prefiere al actor político íntegro y que no promete beneficios concretos porque su objetivo no es primar intereses particulares, sino el interés general, el bien común. Al elegir políticos con un incentivo de voto a cambio de favor personal directo, el votante también es –al menos moralmente- responsable de la corrupción. Hay quien dice que la democracia es muy cara. Más cara es la corrupción.