La rebelión del «me enterrarán con las tildes puestas»
Sobre la RAE, el acento en el adverbio sólo y el criterio del autor
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Resulta que la RAE, en su sesión plenaria del último jueves, ha decidido modificar la redacción de la norma que rige el uso de la tilde en la palabra 'sólo' cuando funciona como adverbio, después de haberla eliminado en 2010. Al principio, en cuanto trascendió la cuestión, nos hicimos un lío, creyendo que 'sólo' regresaba felizmente por sus fueros, pero nanay. No hay modificación alguna de la regla, sino una aclaración que deja «a juicio del que escribe» la posibilidad de acentuar y, ojo, únicamente en aquellos casos en que el autor perciba riesgo de confusión. «Estuve en casa solo una hora». Qué significa, ¿que permaneciste únicamente 60 minutos antes de largarte? ¿O bien que estuviste en tu mismidad, sin compañía? ¡Ah, los equívocos! La vida está llena de ellos; ya no viene de uno. La leve enmienda, que se publicará en el ‘Diccionario Panhispánico de Dudas’, también se aplica a los pronombres demostrativos 'este', 'ese' y 'aquel'.
Hace 13 años, el asunto suscitó una viva polémica en el seno de la Academia entre gramáticos y creadores; la mayoría de los escritores abogaba por el acento adverbial, entre ellos Javier Marías, Mario Vargas Llosa, José María Merino, Pere Gimferrer, Soledad Puértolas y Antonio Muñoz Molina. Arturo Pérez-Reverte, el académico más renuente a la supresión, dijo: «Pondré sólo con tilde hasta la tumba fría». Pero no ha ganado la batalla.
NOSTALGIA Y COSTUMBRE
Servidora pertenece al sector ‘tildista’ sin demasiados argumentos, solo porque sí, porque sigue gustándome escribir a mano, el tacto del papel, el susurro del lápiz o la estilográfica, la tinta que empapa, la inclinación exacta e inconsciente del trazo en cada párrafo y asaetear las vocales con la flecha de la tilde, las oes ensartadas como la aceituna del martini. ¡Que vuelvan truhán y guión! Cuando garrapateo mis cosas, sigo acentuándolos sin darme cuenta, en un acto reflejo, porque así me lo enseñaron. Con la de dictados que nos calzamos los de mi quinta para arriba… «Sólo sé que está solo». «Ahí hay un soldado que dice, ¡ay de mí!», escrito en la escuela, 40 cabezas bajo la luz de los fluorescentes, la tarde y los calcetines larguísimos y grises.
Tampoco me pelearía con nadie por un acento. Pero en estos 13 años que han pasado como un soplo, me ha sorprendido la cantidad de personas que han seguido acentuando el adverbio «sólo», aunque, bien mirado, rara vez se generan ambigüedades. Nos aferramos al 'sólo' como el percebe a su roca, con obstinación insurrecta, tal vez porque se trataba de una norma gramatical diáfana. Nada, pequeñas rebeliones, pequeñas certezas que van quedando en la charca de los desconciertos.
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