Arenas movedizas | Artículo de Jorge Fauró

Prostitutas, coca y poder

Allá donde los escándalos salpican a políticos y empresarios tardan poco en salir la droga y los burdeles. El sexo y la cocaína como exhibición del poder

Una de las imágenes del sumario del caso Mediador.

Una de las imágenes del sumario del caso Mediador. / C. A. C.

Jorge Fauró

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El caso Mediador, la telaraña de corrupción desencadenada en Canarias que presuntamente extorsionaba a empresarios para hacer negocio en las islas, puede parecer diferente a otros escándalos de los muchos que se han destapado en España y en los que se han visto envueltos cargos públicos o privados. Sin embargo, hay elementos comunes que ligan esta trama de mordidas con otras cencerradas conocidas en nuestro país. Coincide un patrón de comportamiento, un manual de actuación de sus protagonistas que rara vez se sale de un guion predecible y vulgar, que pretende husmear en las alturas del glamur y la buena vida y que, al final, queda como muestra de catálogo del mal gusto, la vulgaridad y el lumpen barriobajero.

Tarde o temprano, todo acaba en una cita con prostitutas, una llamada al camello y todo aquello que abarque el presupuesto previsto para hincar el diente a una buena mordida, lo que suele incluir gamba roja o gamba blanca, bogavante, ‘foie de canard’ o chuletón de vaca vieja, todo bien regado y un habano con el café. A cuenta de la ‘grande bouffe’, la bebida será cara y sofisticada o se reducirá a un par de botellas del súper compradas a última hora para ir entrando en materia.

Por supuesto, siempre entre hombres. Hasta donde la memoria alcanza, no encontrarán una sola mujer al mando de la ‘gang bang’ en los casos de corrupción donde intermedia la farla y el puterío, de lo que se deduce que esta particular manera de celebrar el delito —porque quienes se retratan en un hotel antes de que a ellos les retrate un sumario saben que la bacanal representa el jubileo del acto punible— forma parte de ese ritual del patriarcado cuya finalidad es demostrar quién tiene el poder, simple y llanamente, o dicho del modo zafio en que se describen estos berenjenales, tenerla más larga que el resto. Te pago las putas porque tengo poder; te invito a cositas porque tengo el poder y un par de ‘dealers’ en la agenda de contactos; te convido a marisquito (‘bigotes’, en el argot de la corruptela) porque el dueño del restaurante me reserva a mí esos percebes traídos hoy de Galicia; a mí, porque puedo. El poder.

La celebración de la corruptela por la vía de la entrepierna se universalizó con Roldán y aquella orgía en la que el exdirector general de la Guardia Civil sonreía a uno y otro lado del objetivo mientras tapaba sus vergüenzas con un flotador. Por no romper la tradición, y sin salirnos de la órbita socialista, recordarán el famoso caso de los ERE de Andalucía, en el que uno de los principales implicados, el exdirector de Trabajo autonómico, no solo era conocido por las comilonas con dinero público con las que se homenajeaba en los mejores restaurantes de Sevilla, sino que utilizaba a su chófer para ponerse tibio a base de gastar miles de euros al mes en cocaína, que jefe y subordinado consumían al alimón.

La Gürtel también ha dado momentos de gloria al mundo del alterne. El cabecilla de la trama ofrecía «servicio de chicas» a políticos madrileños con el fin de afianzar sus relaciones personales y empresariales y organizaba orgías en un municipio de Alicante pegado a la costa. El poder. Todavía se recuerda, dentro de las investigaciones de la Púnica, las referencias del círculo de colaboradores del exconsejero de Presidencia de Madrid, Francisco Granados, a que había que celebrar con un «volquete de putas» una exitosa prueba testifical. Aunque el más sibilino será siempre el excomisario Villarejo y sus 40 modelos con las que conseguía «información vaginal» para sus extorsiones.

Desde Roldán hasta lo del Tito Berni no veíamos a un guardia civil metido en harina. El general de División Francisco Espinosa, uno de los cabecillas de la red corrupta, pidió tener sexo «con un churumbel, con un travesti» el día que se enteró de que su amante le había sido infiel. Todo a costa de un empresario seducido por el poderío omnímodo que emanaba de este agente del cuerpo.

Al final va a resultar que el 'modus operandi' de la corrupción no va a ser coyuntural. Va camino de lo estructural y de que cada vez importe menos si es la excepción o es la regla. A la pista del dinero habrá que seguir el rastro de los clubes de neón y la venta al menudeo. Está por llegar el día en que un chanchullo de este cariz se origine en una biblioteca o en un parque infantil de bolas, lo que sin duda sembraría menos sospechas que si uno pacta una comisión y se hace un selfi en ropa interior en la habitación de un hotel. Pero claro, la exhibición de poder no sería la misma.

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