Artículo de Jordi Mercader

Un batallón de políticos, policías y periodistas

La operación de criminalización de algunos independentistas consistía en la vieja práctica de "hacer ruido" que algo queda

José Manuel Villarejo

José Manuel Villarejo / ISABEL INFANTES / EUROPA PRESS

Jordi Mercader

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La operación Cataluña, un compendio de escándalo político y corrupción policial que retrata un Estado propio de los días del No-Do, ha entrado finalmente en los tribunales. Un juez ha aceptado la querella presentada por Sandro Rosell contra el excomisario Villarejo y compañía, como presuntos responsables de los infundios que lo mantuvieron en prisión hasta que un tribunal le absolvió de todo. Por eso tiene algo de justicia poética que sea el expresidente del Fútbol Club Barcelona el que lo haya conseguido, tras una docena de intentos frustrados por parte de otros interesados en saber quién los difamó y quién dio la orden. Lo que ya saben es la razón de tal persecución, porque el propio Villarejo lo ha contado mil veces. Era una cacería de independentistas con nombre propio, se supone como un aviso para navegantes.

Villarejo nunca ha disimulado su naturaleza de policía corrupto, seguramente como estrategia para amedrentar a sus denunciantes hasta ahora concentrados en la Audiencia Nacional. La operación Cataluña le abre un frente político que no parece preocuparle ni la mitad de lo que tiene encima por el caso Tándem. Hay que imaginar que se abrazará a la bandera del patriotismo y al mandato recibido por la “gente de bien” del PP para salvar a España del secesionismo. Una aberración en términos democráticos y un supuesto de Código Penal.

La operación de criminalización de algunos independentistas consistía en la vieja práctica de "hacer ruido" que algo queda. Pero este compendio de horror político y policial no podría haber tomado cuerpo sin la intervención imprescindible del tercer brazo de este batallón, el de los periodistas colaboradores. Ciertamente las fuentes son sagradas para un periodista, sin embargo, debería ser responsabilidad de los profesionales conocer la credibilidad de las mismas, de lo contrario, deberían asumir su falta de tino y, en el peor de los casos, las consecuencias de su cooperación con el corrupto. Este es el talón de Aquiles del periodismo.  

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