El caso Negreira | Pena, penita, pena
Hay demasiada mierda en el ambiente, demasiados silencios inexplicables y demasiadas excusas de mal pagador; bueno, eso no, el Barça paga
Carles Francino
Periodista
La muerte de Amancio Amaro, un extremo de otra época a mitad de camino entre Onésimo y Juanito, me ha traído a la memoria un recuerdo de niñez: la última Copa de Europa que ganó el Real Madrid en blanco y negro, con goles del propio Amancio y de Serena para remontar –esa costumbre viene de atrás– ante el Partizán de Belgrado.
Corría 1966, yo tenía 8 años, y por aquel entonces era del Real Madrid. Lo ganaba casi todo, así que no albergaba muchas dudas en mis preferencias. Pero en 1974, aún con la tele en blanco y negro, viviendo ya en Tarragona, sentado junto a mi padre y su amigo, Vicente Miralles, me desgañité gritando los goles del histórico 0-5 del Barça de Cruyff en el Bernabéu. A esas alturas ya había cambiado de colores. No como mi hermano Miguel, que se sintió blanco hasta el día que abandonó este mundo. Los sentimientos son libres, personales e intransferibles. Y el motor de mi cambio fue precisamente sentimental, porque la verdad es que el Barça seguía sin ganar gran cosa. Pero uno de los elementos que más pesó fue considerarme parte de una tribu injustamente tratada, incluso perseguida, pero modélica en cuanto a valores deportivos y extradeportivos: jugar bonito, no ganar a cualquier precio y mimar la cantera. Y ‘més que un club’, claro. Más tarde vendría la gran revolución con Cruyff en el banquillo, la apoteosis con Guardiola a los mandos y el nirvana cuando Messi, junto a los Puyol, Xavi o Iniesta, explotó como el mejor jugador de todos los tiempos.
Los culés menores de 30 años no saben lo que es pasar hambre. Los veteranos aún no nos lo creemos. Pero estos días intento recuperar la mirada de aquel niño y no la consigo encontrar; hay demasiada mierda en el ambiente, demasiados silencios inexplicables y demasiadas excusas de mal pagador; bueno, eso no, el Barça paga. El problema es en qué se ha gastado el dinero. No se puede dimitir de los sentimientos, pero hoy me siento parte de otras tribus: la de los indignados, la de los avergonzados y, sobre todo, la de los tristes. ‘Quina pena, tot plegat!’
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