Artículo de Jordi Puntí

Kafka en la Ciutadella

El Parc de la Ciutadella, un domingo cualquiera de otoño.

El Parc de la Ciutadella, un domingo cualquiera de otoño. / JORDI COTRINA

Jordi Puntí

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Me encontraba en el parque de la Ciutadella, a esa hora del atardecer en que los perros sacan sus dueños a pasear. Iban de aquí para allá —los perros— persiguiendo pelotas, jugando o marcando territorio, y alguien gritó “¡Rocky!” Dos de los perros levantaron las orejas y juraría que se miraron un instante. Aunque solo uno se acercó a su amo, la escena me hizo pensar: ¿qué le pasa al cerebro de un perro, cuando se da cuenta de que hay otro que se llama igual? Probablemente nada, pero lo cierto es que somos poco originales eligiendo nombres. Muchos canarios se llaman Papitu, muchos gatos se llaman Luna, o Blanquet, muchos perros se llaman Toby, Tuca, nombres así. Normalmente lo que vale para un perro no vale para un gato, y viceversa. Hace años tuve un vecino que siempre ponía el mismo nombre a sus perros: Lucas, Lucas II, Lucas III... Cuando uno se moría, adoptaba otro igual, siempre un Schnauzer negro. Parecía rechazar el paso del tiempo.

Por su carácter único, existen dos razas que atraen nombres menos obvios: los caballos y los loros. En el caso de los caballos de hípica, es como si su nobleza exigiera al propietario a darles un nombre con pedigrí, aunque a veces también parece haber abierto el diccionario al azar. Una consulta en las carreras del hipódromo de la Zarzuela deja estos nombres: Tres de Trébol, Urogallo, La Menina, Sir Thomas... Los loros, y más ahora que algunos son famosos en las redes sociales por sus habilidades, exigen nombres divertidos. Tengo constancia de un Pavarotti, de un Luis Miguel y de un Chico (que imita muy bien a Beyoncé). El escritor Toni Coromina convivió muchos años con el loro Ramallets, que sabía gritar “¡Viva España!”, entre otros muchos sonidos y palabras. Lo recuerda en uno de los textos del libro 'Set homes i un lloro' (L’Avenç). Al hilo del asunto, me doy cuenta de que hoy en día algunos perros de ciudad tienen nombres más sofisticados. En este gran teatro que es la Ciutadella, he oído a escritores (Kafka), músicos (Bowie) o actrices (Greta), y quizá sea un paso más en el intento de humanizar al mejor amigo.

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