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China y Rusia se acomodan en el Sur Global

El presidente ruso, Vladímir Putin, estrecha la mano del jefe de la diplomacia china, Wang Yi, este miércoles en el Kremlin. /
Por más que aquí y allá se deslizan opiniones acerca del alcance real de la guerra de Ucrania, entendida como la primera batalla de la tercera guerra mundial en la que se dirimirá un nuevo orden internacional, muchos son los países que se mantienen al margen de la discusión y prefieren aprovechar el momento para consolidar con Rusia una relación económica de privilegio (energía y alimentos básicos). Tan expresivo es el resultado de la votación en la Asamblea General de la ONU, donde 141 países apoyaron la resolución de condena de la invasión de Rusia redactada por Ucrania, otros 7 votaron en contra -Rusia, uno de ellos- y 32 se abstuvieron -China y la India, dos de ellos-, como que solo 33 países han impuesto sanciones a Rusia. Traducción demográfica: dos tercios de la población mundial vive en países de África, Asia -incluidos varios de Oriente Próximo- y América Latina cuyos gobiernos no han condenado la operación militar especial y mantienen con Rusia relaciones fluidas.
El diario The New York Times ha publicado una interpretación gráfica de las alianzas derivadas de la guerra en la que sobresale la decisión de China, India y Pakistán de no formar parte de ninguno de los bandos enfrentados y, tras ellos, el no alineamiento de una miríada de estados que creen poder sacar partido de la situación. Esa realidad no es algo nuevo en el comportamiento del llamado Sur Global, China es una potencia con un dinamismo incomparable en tal escenario y Rusia porfía para buscar fuentes de negocio que compensen las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea.
La periodista Liz Sly, corresponsal de The Washington Post en Oriente Próximo, ha resaltado en uno de sus últimos trabajos que la desilusión con Estados Unidos “alimenta una división mundial cada vez más profunda sobre la guerra de Ucrania”. Los datos que aporta plantean problemas inmediatos en el objetivo occidental de aislar a Rusia, reforzar la posición de Ucrania y poner los cimientos de un desenlace negociado de la guerra en el que el país agredido y el agresor discutan en igualdad de condiciones. El plan chino de doce puntos para el cese de las hostilidades y una negociación directa de Rusia y Ucrania es algo más que el gesto de una gran potencia que quiere influir de forma decisiva en el desarrollo de los acontecimientos: puede atraer voluntades y cambiar la interdependencia entre algunos estados del Sur Global y del Norte próspero.
Hace más de una década, el semanario francés L’Express publicó un detallado estudio sobre la progresión de las inversiones chinas en África. En 34 de los 53 países del continente las había en sectores tan capitales como las obras públicas, las redes de comunicaciones y la importación de materias primas. Las dos únicas exigencias para invertir en un país eran -aún lo son- una razonable estabilidad, el control directo de las operaciones y la participación de técnicos locales formados en China. Estos días, Sudáfrica participa en unas maniobras con el Ejército chino en las que también está Rusia.
Javier Solana recuerda en un artículo reciente cómo repercute “la dependencia mutua que se desarrolla entre estados como resultado de sus interacciones, principalmente económicas y comerciales”, pero no solo en esos dos campos. “En consecuencia –añade Solana–, en una relación de interdependencia un Estado depende de otro –y viceversa– para garantizar su seguridad (incluida su seguridad energética) y su desarrollo económico”. Cuando esa garantía desaparece, “la interdependencia puede ser utilizada con fines coercitivos”, sigue el artículo, que se adentra en el lugar reservado por Putin a Ucrania en sus ambiciones imperiales: “En las últimas décadas, sobre Ucrania no solo se ha dirimido el lugar que debiera ocupar la exrepública soviética en la arquitectura de seguridad europea, sino también su lugar en un mundo definido cada vez más por las relaciones comerciales”. De lo que cabe deducir que el cambio en la arquitectura de seguridad perseguido por Moscú puede animar otros reajustes en el esquema general de seguridad derivado del final de la Guerra Fría.
Los ingredientes tóxicos del enfoque ruso saltan a la vista. Para los estrategas del Kremlin, entendida la existencia de Ucrania como un territorio histórico de la gran Rusia desgajado de ella a causa del hundimiento de la URSS, los dos únicos futuros admisibles son estos: o bien obligar a Ucrania a volver al redil, opción preferente, o bien convertirla en un Estado tutelado previa anexión de los territorios de mayoría rusófona y delimitación de nuevas fronteras Una aniquilación de la soberanía en ambos casos que, sin embargo, no se cuenta entre las preocupaciones más acuciantes en países condenados durante decenios, muchos de ellos desde su independencia, a subsistir en condiciones de postración extrema y cuyos vínculos con Rusia están lejos de haber decrecido.
Noticias relacionadasEso debiera ser motivo de reflexión profunda sobre los errores cometidos por las democracias liberales, urgidas ahora a contrarrestar la influencia de Rusia en todas partes y el avance chino en el Sur Global, que soslaya toda preocupación diferente a la buena salud de los negocios, la fluidez en la cadena de suministros y la rentabilidad de las inversiones a gran escala. Cuando mediados los años ochenta del siglo pasado varios think tank vislumbraron un futuro con las llamadas áreas de influencia positiva en la relación entre el mundo desarrollado y el Tercer Mundo no faltaron las advertencias sobre los riesgos que entrañaba una gestión poco aseada de las interdependencias económicas y políticas. Las consecuencias de la guerra de Ucrania parecen confirmar la justeza de ese antiguo diagnóstico.
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