Saber vivir
En poco tiempo y sin motivo alguno han caído en mis manos tres libros sobre el duelo que entrenan para la vida
Agnès Marquès
Periodista
Una no sabe cuándo empezar a leer un libro que hable del duelo (no me refiero a los libros de autoayuda, sino a los relatos en los que el autor o autora se abre en canal para explicar su duelo en primera persona): si cuando he sufrido la pérdida de un ser querido o cuando ese escenario es todavía una sombra en el horizonte que intento apartar, como si fuera un molesto efecto óptico. Como molesta, parece que nunca es buen momento. Sin embargo, en poco tiempo y sin motivo alguno me he precipitado en tres lecturas de este tipo. Y utilizo ‘precipitar’ con toda la intención del mundo: cada uno de ellos es un abismo, pero de los que he salido renacida. El primero fue ‘Sobre el duelo’, de Chimamanda Ngozi Adichie, un título demasiado ensayístico para lo conmovedor que es. Ngozi da cuerpo a un dolor difícil de describir: la muerte del padre vivida a miles de kilómetros de distancia, obligada por los rigores del covid. La soledad y la ira que despiertan el sol saliendo cada día, las calles llenas de gente, las palabras de consuelo que no consuelan. Esas que no sabemos acertar ante el moribundo emocional que ha sobrevivido a la muerte de un ser querido.
La soledad es el mínimo común denominador de todos los lutos. Aunque compartas el amor por la persona que se ha ido, el vacío que dejan es intransferible. ‘Aterratge’, de Eva Piquer, entra en esa soledad provocada pero a la vez necesaria. Una autopsia de la apatía que encierra el vacío, del frío que dice que poco a poco se rompe aunque siga haciendo frío, aunque siga habiendo un dolor que, quizá, no desaparezca nunca.
El último que ha caído en mis manos es el único que me ha hecho llorar desconsoladamente y es, quizá, de los tres, el que describe con mayor crudeza la cara más cruel de la vida. Es ‘El príncipe y la muerte’, de Daniel Vázquez Sallés. La historia de amor de un padre y su hijo durante los 10 cortos, duros pero luminosos años de vida de este. Es muy duro, pero es precioso.
Tres lecturas que imantan, como si empapándonos de ellas pudiéramos entrenarnos para el duelo. Me temo que no, pero los tres entrenan, a su manera, para saber vivir.
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